Epílogo

33 7 2
                                    

Orion:

«¿Dónde estoy?», me pregunté.

No tenía idea de en qué lugar me encontraba. Solo recordaba haber estado caminando sin rumbo entre todas las tinieblas que me rodeaban.

A mi alrededor solo había un gran espacio sin ningún final aparente, todo era negrura y penumbras.

Me sentí como la vez en que Boris —el jefe de la hermandad de las sombras— me dejó en ese estado de inconsciencia.

«¿Será que me volvieron a capturar?», supuse.

La sensación de vulnerabilidad era aterradora, no podía dejar de pensar que en cualquier momento algo malo pasaría. Y no me equivoqué.

De la nada, toda la oscuridad a mi alrededor comenzó a tomar forma. Lo que podía llamarse "suelo", se transformó en arena, y sin darme cuenta, me encontraba perdido en un enorme desierto. Lo más extraño es que ese calor abrazador característico no estaba presente en el ambiente. El cielo estaba oscurecido. Al mirar hacia arriba, me di cuenta que la falta de luz no se debía a que fuera de noche.

Había un eclipse de sol transformando el día en tinieblas.

Automáticamente me puse alerta ante cualquier ataque —para ser más específico, esperaba un ataque de mi hermano, Trex—. Examinaba mi panorama con la desesperación controlandome.

Después de estar como un loco paranoico solo por ver arena, más arena, y más arena después de esa. Llegué a la conclusión de que todo estaba en mi cabeza.

Cuando pude relajarme por un momento, comencé a caminar instintivamente a... La verdad es que ni yo sabía a dónde iba. Simplemente daba paso tras paso, como si mi cuerpo tuviera vida propia. Había algo en mi interior que me decía exactamente a dónde tenía que ir. No sabía si era bueno o malo, simplemente obedecí esa especie de sensación en mi interior.

Finalmente me detuve entre más arena que la anterior recorrida, y me quedé mirando un punto fijo entre un cúmulo de más arena del vasto desierto.

Los nervios volvieron cuando de repente todo comenzó a temblar, y pude distinguir cómo algo se movía debajo de la arena en la lejanía. Mientras más se acercaba, más grande se veía lo que fuese esa cosa en las profundidades del desierto. Tenía la luna en la garganta por lo aterrado que estaba.

De la nada, la cosa esa dejó de moverse y se hundió más profundo en la arena, haciendome creer que se había ido —ojalá hubiese sido eso—. En el cúmulo de arena que yo me quedé viendo fijamente por una razón que solo el universo sabía, una criatura gigantesca emergió de las profundidades.

De la impresión caí de espaldas al suelo, limitándome a ver cómo la criatura sacaba su alargado cuerpo de la arena.

Todo se detuvo a mi alrededor. Ya no había nada en qué pensar. Solo éramos la criatura y yo.

Aún no había hecho nada y su sola presencia me anunciaba peligro. Era aterradora, espeluznante, y sombría.

Si me ponía a describirla, básicamente se veía como una serpiente gigantesca —incluso más grande que la mismísima Titanoboa—. En su cabeza había una extraña cresta que parecía tener la forma de una corona. Todas las escamas de su alargado cuerpo eran de color negro.

Cuando estuve a punto de ver sus ojos, repentinamente alguien me gritó:

«¡No lo hagas!».

El responsable fue Draco, y del pánico seguí su advertencia, desviando la mirada.

Como si no fuera suficiente lo asustado que estaba, una espeluznante risa resonó por todo el desierto de la manera más macabra posible. Nunca en mi vida había sentido tanto miedo como el que sentí al escuchar la risa retorcida que provenía de la gigantesca serpiente.

Planeta Mesozoico: Período Triásico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora