8 de febrero, 2024.

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Capítulo 11.

8 de febrero, 2024.

Seis días sin saber nada de Eva, sé que está bien porque mi madre habla con ella todos los días. La castaña la llama dos o tres veces al día para preguntarle por mí, por mí recuperación, con mi día a día, pero es incapaz de coger una de las cientas de llamadas que le he hecho.

Siempre saltan los tres tonos y el contestador, esa locución que debe odiarme por todos los mensajes que le he dejado.
En todos le pido que venga, que necesitamos hablar, que no es todo como ella piensa.
Pero no he obtenido respuesta.

Le pedí y rogué a mi madre que no le dijese a Eva que voy todos los jueves al psicólogo, quiero ser yo quien se lo diga, debo ser yo quien deshaga el nudo que se ha formado.
Tengo que ser yo quien le diga la verdad, quien le dé las explicaciones, quien esté frente a ella y le cuente cada mierda que pasa por mi cabeza, que me ha llevado a recurrir a un profesional que me ayude a ver la luz.

Echo mucho de menos sentir su presencia en mi día a día, echo de menos salir de rehabilitación y que sea ella quien me espere, echo de menos escuchar su voz, ya no me vale con escuchar cien veces al día los videos que siempre nos grababamos sin hacer nada más que estar tumbados en el sofá, ya me sé cada una de sus palabras.

Cojo mi teléfono, pulso el botón de la derecha y le digo que abra el chat de Eva, que reproduzca el último mensaje de audio.
Me lo sé de memoria.
Cada palabra, la entonación de cada una de ellas.
Es un mensaje de cuando estaba viniendo de Galicia.

"-Tengo muchas ganas de verte, de abrazarte. ¿Te cuento algo? Cada vez me gusta menos estar en mi casa, cada vez que duermo en mi cama no puedo no pensar en todos los días en los que tú estabas aquí. Creo que hasta sigue oliendo a ti las sábanas aunque ya hayan pasado por la lavadora. Puede ser porque duermo con una sudadera que te dejaste. Nos vemos en unas horas amor, no voy a soltarte. Lo prometo. Te quiero."

Su risa a mitad de audio, la sonrisa que imagino en sus labios dejando salir su voz. Sus ojos mirando por la ventana del avión o del tren, su nariz arrugada, su manía de tocar y cambiar de lado su pelo cuando está nerviosa.

-Hugo, ¿Vamos?

La voz de Lidia me saca de mis pensamientos, esos que me han tenido cautivo a tal intensidad que no he sido capaz de escuchar como llamaba a la puerta, como seguramente mi madre le abría y la hacía pasar hacia el salón.
No he escuchado sus pasos llegando a mi lado, la voz de Eva en el audio me ha envuelto por completo.

Mi mano busca su brazo, que me guía hasta la salida, hasta su coche y hasta la consulta de la psicologa.
Es una vecina de su bloque, tiene la consulta en ese edificio, justo arriba de su piso.
Quizá el ser una consulta rodeada de viviendas, con sus olores de comidas, discusiones entre parejas y música a todo volumen de los adolescentes me hace estar más tranquilo, menos consciente de que estoy en una sesión. Me hace parecer que sigo en mi casa, en mi sofá, con mi madre, con mi hermano. Y quizá por eso, me cueste poco dejar fluis mis pensamientos y palabras.

-Buenas tardes Hugo. ¿Cómo estás? -Puede ser solo un saludo, pero hoy no me apetece sonreír, no me apetece fingir que todo va bien hasta que pasan los minutos y no puedo seguir con la actuación, hoy no me apetece ser un actor que se cansa de actuar.-
-Mal.
-Vaya, hoy parece que vienes sin máscara.

Camino hasta llegar al sillón donde todos los jueves me hace tumbarme, ya tengo los pasos contados.
Estiro las piernas y espero a escuchar como la silla donde ella se sienta cruje, para saber que en unos segundos tendrá una libreta en la mano en la que irá escribiendo cosas, en todas las sesiones puedo escuchar como hace clic al sacar la punta.

Ahora y siempre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora