14 de enero, 2024. Parte 2.

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Capítulo 2.

14 de enero, 2024.

"-En los próximos diez minutos vamos a iniciar la maniobra de aterrizaje, les indicamos que el uso del cinturón es obligatorio, las ventanas tienen que estar subidas, los aseos quedan cerrados..."

La voz de la azafata suena por los altavoces del avión.
Vamos a aterrizar, cada vez queda menos tiempo para volver a verlo, para mirar de cerca esos ojos verdes que se han ido apagando poco a poco. Cada vez queda menos para volver a poder cerrar los míos cuando su brazo me apriete contra él.

Sin darme cuenta, un suspiro se escapa de mis labios, lleno de ganas por verlo, de te echo de menos que se van a quedar atrás, lleno de tanta verdad y tanto miedo por volver a verlo, por no saber si algo ha cambiado en él.

-¿Te da miedo el aterrizaje? -Abro los ojos, girando la cabeza y encontrándome con una mujer mayor mirándome preocupada. No he sido consciente del momento en el que mi cabeza se ha echado hacia atrás y he cerrado los ojos.-
-No, estoy bien, solo nerviosa por ver a mi novio. -Me encanta poder referirme a Hugo así, como mi novio. Después de todo lo que hemos pasado para poder ponerle una etiqueta a esto tan grande que somos juntos, la emoción por saber que somos nosotros dos sale cada vez que lo digo por mi boca.-
-¿No vivís cerca? -Niego con la cabeza, con una sonrisa que trato que sea sincera.-
-Es complicado, pero es lo más bonito que he tenido en mi vida.
-¿Puedo ver una foto? Perdona hija, pero a mis sesenta y tres años ya no puedo controlar a la cotilla que llevo dentro. -Le sonrío a aquella mujer antes de sacar mi teléfono del bolso que descansa sobre mis pies. Desbloqueo la pantalla y una foto nuestra aparece. Estamos en su casa, fue el día ante de decidir venirme a Galicia, de tomar una de las peores decisiones de mi vida. Los dos sonreímos a la cámara. Los ojos de ambos brillan, iluminan casi toda la foto.- Es muy guapo.
-Sí que lo es.
-Hacéis muy buena pareja.

Le sonrío y me quedo unos segundos mirando la pantalla, recordando esa noche, recordando sus caricias, echando de menos todos esos momentos.
Creando el deseo dentro de mí de que todo sea como en ese entonces.
Ojalá poder hacer algo para tratar de desbloquear su cabeza, para ayudarlo a que vuelva a sonreír de verdad. Para no tener que leer en su cara todo lo que sus palabras no quieren decirme.

Ojalá no sentir ese pinchazo en el estómago al ver cada vez que al separarnos de un beso, de detenerlo para que no vaya a más, ese sentimiento de culpa que lo nubla.
Porque sé lo que es eso, sé lo que es sentir que la otra persona solo está a tu lado por lástima después de perder la vista.
Lo entiendo, lo puedo entender mejor que nadie.
Y a la vez soy incapaz de hacerle creer que lo quiero, que si estoy a su lado es porque soy una tonta enamorada a la que cada kilómetro que no separan le hace daño.

Es a mí a quien le toca ahora tirar de él, sujetarlo, guiarlo de mi mano, y quiero hacerlo. Quiero asumir ese papel. Quiero que pueda apoyarse en mí, que me cuente cada tontería que pase por su cabeza, aunque en ese momento no le dé importancia.

La puerta del avión se abre y la gente se pone en pie. Yo espero a que los que más prisa tienen salgan, a que dejen libre el pasillo, a que prácticamente salga cada pasajero del avión.
No tengo prisa, el tren tarda unas dos horas en salir, llegando de madrugada a Córdoba.

Miro la hora en mi teléfono, son las 20:34h de la tarde, al bajar por las escaleras del avión puedo ver como es de noche, como solo está alumbrada la pista por las luces del aeropuerto.
Agarro con fuerza el bolso que me cruza el pecho, donde llevo solo una muda limpia por si la maleta se pierde y la cartera.

Le pongo un mensaje a mi madre, para decirle que ya he llegado, que estoy bien, que cuando salga del aeropuerto y esté en la estación de tren la llamaré para que pueda estar tranquila.

Ahora y siempre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora