18 de junio, 2024. Parte 2.

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Capítulo 24.

18 de junio, 2024. Parte 2.

-Has vuelto.

He vuelto, claro que lo he hecho, aunque quise creer que nunca lo haría, que no volvería a estar delante de él nunca más.
Aquí estoy.
No puede no seguirlo cuando lo vi caminando por la calle solo, con el bastón.
-Un día te prometí que estaría a tu lado cuando te dijeran que podías volver a ver. Y aquí estoy.

Y no sabes lo que me ha costado acercarme, seguirte por toda la ciudad, mirar los obstáculos que podrías tener por delante y pedir sin voz que no te pasase nada.

Porque no quiero que le pase nada malo, porque delante de él vuelvo a tener claro que no lo he olvidado, que mi corazón sigue latiendo a diez mil revoluciones cuando él está frente a mí.
Que solo reconoce su nombre y no hay hueco para nadie más.
Solo para él.
Cada latido es un "Hugo" que me cuesta pronunciar.

-Te he echado de menos. -Cierro los ojos para no mirarlo mientras esas palabras salen de sus labios, doy un paso atrás para que su olor no me envuelva. Necesito un poco de distancia para no creer en esas palabras.-
-Todo fue tu culpa.
-Lo sé, y créeme que la vida me lo está devolviendo.

Sonríe sin luz, triste, con una mano en su pecho. Frunzo el ceño al mirar como sus dedos se hunden en la camiseta, apretando con fuerza.
Conozco cada mueca de él, cada gesto, cada tono de voz que utiliza, y ahora está intentando reprimir un quejido.

Su pecho sube y baja con prisa unos segundos y se relaja.
Se le escapa un suspiro de sus labios que quiere disimular pero en el que no solo va aire, sino que puedo casi escuchar ese grito de dolor ahogado.

-¿Estás bien?
-Sí. -Y miente, quizá para hacerse el fuerte, para no admitir que un quejido quiere volver a salir por sus labios, que le rasga la garganta y que sus dedos vuelven a apretarse en esa zona de su pecho.-
-No es verdad.

Cojo el aire suficiente en mis pulmones para atreverme a dar dos pasos hacia él, para alzar el brazo y con la mano temblorosa atreverme a acariciar la parte trasera de su cuello. Siento sus nervios traspasando mis dedos, mis uñas que se mueven de arriba hacia abajo y de nuevo hacia arriba en un gesto en el que Hugo siempre encontraba la calma.

Hasta que no me armo de valor para mirar a su cara, no me doy cuenta de que nos hemos quedado cerca, más cerca de lo que yo habíamos previsto.
Sus ojos se cierran y sus labios marcan el ritmo de una respiración pausada.

-Tengo que ir a buscar unas pastillas. -Su voz sale despacio, dolorosa, en apenas un hilo que puede romperse con un suave tirón.-
-¿Qué te pasa?
-Estoy bien, solo es algo muscular.

Y sigo sin creerlo, sigo sin ver algo de verdad en sus palabras desde que estoy frente a él.
Intento buscar la razón de verdad en su cara, pero no la encuentro, la esconde demasiado bien para que no pueda verla, para que no sepa nada de él que no quiera contarme.

Es ahora, estando tan cerca, cuando me permito unos segundos de licencia para poder observarlo, para que mientras sigo con mis caricias ver como su pelo está más largo de lo que yo recordaba, como su rubio es más oscuro, como sus ojos siguen siendo verdes pero no brillan, como han aparecido unas nuevas arrugas casi imperceptibles de tanto fruncir el ceño.

Bajo mi mirada hacia su cuello, y no encuentro lo que busco.
El colgante no está.
Y eso no sé si es lo que quería, no sé si prefería que estuviese o que ya no.
Pero un pinchazo me sacude el estómago y el corazón, porque no está, porque eso quizá es que él ha pasado página y yo estoy atascada en esta, en él.

Miro al cielo que comienza a llenarse de nubes y teñirse de un color gris que solo puede traer lluvia.
Mientras mis ojos no lo miran, Hugo rodea mi cuerpo con sus brazos y me pega a él, reduce nuestra distancia a cero, se aferra a mi cuerpo en un abrazo que me sorprende y me destroza a partes iguales cuando su cabeza se esconde en mi cuello y la mía queda justo en el suyo.

Ahora y siempre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora