15 de abril, 2024.

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Capítulo 15.

15 de abril, 2024.

Han pasado dos meses y cinco días desde la última vez que la tuve delante desde la última vez que pude rozar su piel o escuchar su voz, y siento como si los días hubieran sido años y los meses décadas.
Se me está haciendo el tiempo eterno sin ella, las horas no pasan y mi cabeza no deja de recordarme que ha salido victoriosa en esta guerra en la que yo ya he sacado bandera blanca.

No saber nada de Eva, me está consumiendo poco a poco.
Sé que habla con mi madre, puedo escuchar como de su boca sigue saliendo el nombre de mi castaña cuando suena su teléfono, aunque siempre intenta retirarse de donde estoy yo.

Por escuchar sus conversaciones a escondidas sé que Eva no ha vuelto a Galicia, que tampoco sigue aquí en Córdoba, ni ha ido a Madrid.
Siempre llama a la misma hora y mi madre se despide de ella diciéndole que descanse, cuando no es hora de dormir aún, lo que me lleva a imaginar que está en otro país, con otra hora distinta a la nuestra.

Miles de veces le he preguntado dónde está, que me diga algo de ella, pero no he sido capaz de que me diga nada. Es como una caja cerrada que no puedo abrir.

Y ahí entra en juego mi imaginación, mi cabeza que parece no saberse victoriosa y le gusta gritarme que seguramente ella esté todas las noches acurrucada con un chico, uno que no soy yo.

Y ahí es cuando llevo la mano a mi cuello, cuando una vez más me permito tocar lo último que ella me dejó, ese colgante que le regalé con mi inicial.
Acariciarlo es sentirla más cerca, es como si algo de ella estuviera encerrado en esa pequeña "H" y al tocarlo pudiera de alguna forma acortar por un segundo los kilómetros que nos separan.

Llevarlo me hace bien y a la vez no, porque no debería estar en mi cuello, debería permanecer en el suyo.
Porque tocarlo me duele, porque ella ya no está.
Me recuerda que fui yo quien la echó, quien hizo que se fuera, y que lo hice con esa intención.

Y joder, duele que no esté, duele haber sido débil y haber perdido una oportunidad más con el amor de mi vida, porque después de ella no puede haber nadie más. No puede haber nadie más que ocupe un hueco en lo que queda de mi corazón porque Eva se lo ha llevado entero a donde quiera que esté.

Suspiro tumbado en la cama, suspiro porque me sobra el aire en los pulmones al faltarme ella. Suspiro porque hoy, como viene siendo de costumbre, no tengo ganas de levantarme de la cama.
Intento aparentar que estoy bien, que es lo mejor para los dos lo que ha pasado, que lo hice por su bien, que tenía que soltarla para que fuese feliz. Y todas esas palabras se mueren y pierden su sentido cuando me quedo solo en mi habitación, cuando ya no tengo que fingir delante de nadie.

Y sé que soltarla era lo que tenía que hacer, que no podía seguir limitándola a estar conmigo, que tenía que dejarla volar para que fuese todo lo feliz que yo no puedo hacerla.

-Hugo, ¿Estás despierto? -Giro la cabeza para que mi madre pueda ver mis ojos abiertos.-
-Sí.
-Tienes que ir a rehabilitación, ¿Te ayudo a prepararte? -Me doy media vuelta en la cama, tiro de las sábanas hacia arriba y me tapo hasta la cabeza.-
-No voy a ir, hoy no tengo ganas.

Pero es como cuando no quería ir al colegio de pequeño, simplemente con eso no era suficiente, ni siquiera me funcionaba hacerme el enfermo.
Siento como el colchón se hunde y por su olor sé que sigue siendo mi madre.

-Tienes que ir, ya te queda muy poco, no lo eches todo a perder ahora.

Solo me queda un mes de rehabilitación, solo un mes y me volverán a hacer pruebas para comprobar que he recuperado la movilidad total del brazo y de la pierna.
Pero hoy soy incapaz de salir de las sábanas, esas que juego a pensar que todavía huelen a ella aunque no es verdad.
Quiero cerrar los ojos y dormir, irme a uno de los tantos mundos que visito en sueños y donde puedo verla, donde ella todavía está aquí, donde somos una pareja normal que se aman con locura.

Ahora y siempre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora