Epílogo.

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Epílogo.

26 de agosto, 2030.

El tiempo corre demasiado rápido, corre hacia adelante sin mirar atrás. No espera a nadie, te atropella y sigue su camino.
Tú decides si corres al mismo ritmo o te dejas arrastrar.

Hace seis años yo no sabía que hacer. No estaba segura si quería correr o quedarme sentada, inmóvil, mientras la vida pasaba por mi lado.
Hace seis años el mundo dejó de girar unos segundos, todo se congeló y recuerdo que luego ese mismo mundo me tiró al sueño de un empujón.

Recuerdo cada maldito segundo de ese día en el hospital, donde agarrada al collar con la inicial de Hugo esperaba noticias buenas, esperaba escuchar la voz del doctor decir que estaba bien y que podría volver a casa. Que podía volver conmigo.

El sonido del timbre me hace distraerme de los recuerdos que siguen invadiendo mi mente. Los recuerdos suyo que me traen sentimientos encontrados.
Acaricio el collar debido al recuerdo que sigue volando por mi cabeza y suspiro.
Sonrío al ver a Eric al otro lado de la puerta, con dos grandes bolsas blancas.

-¿Vengo en mal momento?
-Pasa.

Se acerca para dejar un cálido beso en mi mejilla y colarse dentro de mi casa.
Sin duda, el tiempo que estoy de nuevo en esta isla me hace recordar que aquí volví a encontrarme.
Me gusta el clima.
Me gusta estar a un paso de la playa, me gusta el mar.
Me siento muy cómoda cuando cada verano me despierto y Eric está esperando para irnos a bucear.

Sigo sus pasos hasta la cocina, él sigue recto hasta salir del salón y poner los pies en el césped del jardín.

Termino de cortar a cuadraditos muy pequeños las zanahorias para echarlas en la comida, es la única forma en que los pequeños son capaces de comérselas y me acerco para ver qué hacen en el jardín.
Mi cuerpo se deja caer contra el margen de la puerta de cristal mientras una sonrisa curva mis labios al verlos.

Eric corre por el jardín con una cabecera rubia riendo sobre su espalda mientras otra de la misma estatura los amenaza con una pistola de agua.
Mis ojos se desvían cuando me siento observada, y descubren unos ojos verdes mirándome intensamente. Casi tan intensamente como el chico que me mira.

Se levanta del borde de la piscina, sacude su cabeza y los mechones de su pelo dejan escapar algunas gotas de agua que querían quedarse a vivir ahí.

-Ven a la piscina. -Mis ojos se cierran antes de que sus labios acaricien suavemente los míos. Segundos después me separo de él riendo.-
-Me vas a mojar, idiota.
-No me obligues a tirarte al agua.
-Hugo, no. Ni se te ocurra. Que duermes en el sofá.

Los dos estallamos en carcajadas antes de abrazarnos sin importar que su cuerpo mojado empape mi ropa.
Subo y bajo mis dedos por su espalda, sintiéndome tremendamente afortunada por tenerlo a mi lado.
Por haber luchado juntos y haber ganado.

Se separa de mí para mirarme y mis ojos recorren la enorme cicatriz vertical que recorre su pecho.

-¿En qué piensas?
-En qué ganamos. -Sonríe y siento como mi corazón se salta un latido, como late con fuerza.-
-Somos el mejor equipo.

Y nuestro equipo tiene más jugadores.
Somo cuatro, cuatro personas que todos los días se levantan juntas y se duermen sonriendo.

"-Todo ha salido bien. Tuvimos que recuperarlo de una parada, pero salió bien. Se notaba que tiene ganas de vivir."

Y mi mundo volvió a rodar, a girar, a tener luz.
Hugo estaba bien, había salido de esa operación.
Había recuperado la vista.

Aunque nuestros problemas no habían acabado ahí.
Su corazón seguía mal herido, seguía fallando, seguía latiendo a trompicones.
Por suerte para nosotros, hubo un donante compatible.
El proceso fue largo, duro, extenuante.
No es solo sacar un corazón y sustituirlo.
Es más, mucho más. Demasiado más.
Días y meses de espera, de tensión, de miedos.
De nuevo el temor al entrar en el quirófano.

Esa vez, cuando nos despedimos, una alianza me apretaba el dedo, y una vida nueva nos esperaba en mi barriga.
Un año después de recuperar la vista, Hugo cambió su corazón.
Un año en el que pasamos por el altar improvisado en una playa, todos de blanco, descalzos pero felices.

Hicimos realidad aquella boda que un día fue de "mentira".
Hicimos realidad lo que para los dos ya lo era.
Nos queríamos, no nos hacía falta que nadie nos dijese que éramos marido y mujer, siempre lo fuimos, desde que nos conocimos.
De alguna forma, estábamos destinados a ser, él y yo.
Los dos.
Después fuimos tres.
Y más tarde cuatro.

Al lado de la cicatriz, Hugo apareció un día por casa con un nuevo tatuaje.
En su pecho, en el lado izquierdo, ahora unas palabras adornan su piel.

"Mi primer corazón fue tuyo, este también."

-¿Qué te parece si dejamos que Eric haga de tito y nos vamos a cenar tú y yo solos?
-¿A cenar?
-Y a más cosas.

Su voz ronca tan cerca de mis oído me hace estremecerme.
Mis manos tiemblan cada vez más, tiene el poder de ponerme nerviosa solo con su voz como el primer día.
Y es que las mariposas al verlo, al pensar en él no han ido nunca a menos.
Sigo sintiendo que él es mi hogar.
Que es mi casa.
Que es donde quiero estar.

"-Eva. -Me giro para coger su mano, para que me sienta a su lado. Acaba de salir de la operación que lo mantendrá con vida muchos años más.-
-No te esfuerces. Estoy aquí. Tranquilo.
-Aunque mi corazón haya cambiado, no te quiero solo con el corazón, te quiero con la piel, con el estómago, con la cabeza, con el alma. Te quiero para siempre."

No han sido unos años fáciles. Pero sentir al rubio abrazando mi cuerpo, rodeando mi cintura.
Despertar todos los días a su lado, dejar besos por su cara hasta que sonríe y abre sus ojos.
Sentir que la cama deja de ser de los dos cuando dos torbellinos de cinco y tres años corren por toda la casa hasta aterrizar encima de nosotros.
Todo eso es lo que necesito para saber que no podría desear nada más.
Hugo, Héctor, el mayor, se lo pusimos al saber que así se llamaba el chico que murió en un accidente de moto y que su corazón es el que ahora me permite jugar a la familia feliz con ellos, Sofía, la pequeña, y yo.

Ahora miro hacia atrás y parece casi de película todo por lo que hemos pasado.
Ahora miro atrás y cambiaría muchas cosas solo si el final sigue siendo este.
Cambiaría los meses separados, el miedo a perderlo.
Cambiaría esos meses en los que estábamos esperando el trasplante y me ponía la alarma cada dos horas para asegurarme de que él seguía respirando a mi lado, que todo estaba bien, que no había tenido una parada sin que no lo supiéramos.

Pero admito que volvería a repetir mi historia una y otra vez si el final siempre va a ser junto a él.

Leería nuestra historia hasta dormirme cada noche.
Porque es especial, al igual que los dos lo somos.
No nos conocimos como una pareja normal.
Yo no podía ver y él me vio.
Nos vimos.
Nos dejamos de ver.
Nos volvimos a encontrar.
Y no nos dejamos escapar.

Esta historia tenía que ser así, este tenía que ser el final.
Esta tenía que ser nuestra historia.

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¡Ahora sí!

Este es el epílogo de la historia. Ya no hay más. Aquí acaba.

Quiero daros las gracias por seguir aquí, de verdad. Sois increíbles. 💖

Esta historia acaba aquí, pero nos queda otra que empezará en diciembre.
Contadme que os ha parecido y cuantas veces me habéis odiado durante el tiempo que he estado publicándola😂

Espero que nos sigamos leyendo, que sigamos viendonos por aquí o por donde sea.

MILES DE GRACIAS 🤍🤍🤍

PD: ¿Ahora no me odiáis, verdad?

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