Capítulo 3

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Llego a casa, y me voy directo a la cocina para preparar la cena. Nunca he sido buena cocinera, pero es algo que he tenido que aprender. No tengo opción.

Parto las verduras, y miro la hora. Se supone que Gale ya debería haber llegado, pero parece que él llega cada vez más tarde a casa, muchas veces en la madrugada. Aveces ni siquiera viene. Toda esta semana ha estado haciéndolo, y he escuchado rumores en la Veta de que él se ve con alguien más.

Yo ya lo sospechaba, y al momento no dolió, pero días después, ya no puede seguir negando que no me lastimaba. Él me traicionó a pesar de todo lo que hemos pasado juntos, después de haberme prometido que sería fiel...

Pero sé que no puedo culparlo, es mi amigo, pero no puedo darle lo que quiere.

Y por lo que escuché, parece ser que ella es de la ciudad. No me extraña, es lógico que él prefiera estar con una mujer de la zona de comerciantes. Las chicas de allá siempre han estado mejor comidas, y tienen los cuerpos que un hombre desea. En cambio, mi cuerpo, y el de muchas de la Veta, está marcado por la falta de comida, y también por la desnutrición severa sufrida años atrás.

Cuando la cena ya casi está lista, escucho que la puerta se abre. Él ha llegado.

Me giro para poner los platos sobre la mesa, y él se sienta desganado.

—Deberías limpiarte —le digo—. Ya vamos a cenar.

Gale me ignora, y a pesar de que está cubierto de polvo de carbón hasta las narices, comienza a comer en silencio.

Nos quedamos en silencio. La tensión incrementa con cada minuto que pasa. Y después de un rato, decido hacerle frente:

—¿Quién es ella? —le pregunto, y él me mira.

Parece confundido al principio, pero su mirada lo delata, y me doy cuenta de que sabe de lo que estoy hablando.

—Sólo son chismes de la Veta —responde molesto, y sigue comiendo.

—¿Quién es ella? —repito—. Y no intentes mentirme, te conozco lo suficiente para saber que es verdad lo que he escuchado.

Se ríe con amargura.

—¿Estás celosa?

—No digas tonterías. ¿Cómo se supone que deba sentirme por saber que me engañas con alguien de la ciudad?

—No lo sé, Catnip —suelta el tenedor con brusquedad—. ¿Cómo se supone que deba sentirme por saber que no te interesa tener sexo conmigo? ¿O que eres tan egoísta que te niegas a darme un hijo sabiendo cuanto quiero uno?

—¡A penas llevamos un año casados y ya estás pidiéndome hijos! Además, tú siempre has sabido que jamás los tendré.

Él suelta un puñetazo en la mesa.

—¿No puedes dejar de pensar sólo en ti? —grita, encolerizado—. ¿Te has puesto a pensar por qué me busqué a alguien más? ¡Pones excusas a cada rato para que no te toque! ¡Tu deber es darme hijos, y ni siquiera eso quieres darme!

—¡No es mi deber! ¡Y tú fuiste quien me propuso matrimonio sabiendo que no quería casarme, ni tener hijos! ¡No es mi problema que vayas a buscarte a otra mujer y ser infiel a tu promesa! ¡Tú me escogiste, y si no cumplo con tus malditas expectativas no es mi problema!

Me levanto, y me largo a la habitación.

Me preparo para dormir y me acuesto. Casi dos horas después, escucho que él entra, y se acuesta.

Le doy la espalda. Pero por el aroma a jabón, adivino que se ha bañado.

Me confundo al sentir que se me acerca.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora