Capítulo 19

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Camino en la oscuridad de la noche, con la capucha puesta. Intento cubrirme la cara y ser lo más sigilosa que puedo mientras me dirijo a mi destino.

Lo menos que necesito es que comiencen los rumores.

Peeta sigue intentando convencerme de que no tengo porqué preocuparme de que alguien me descubra, pero sé que habrá problemas cuando eso ocurra. Y todavía no los quiero. No tan pronto. No ahora que las cosas entre nosotros están tan bien.

Me acerco a la casa a la que he estado viniendo durante las dos últimas noches, y abro la puerta con la confianza de saber que está abierto. El aroma a comida me recibe, y el estómago me ruge en respuesta.

Cierro la puerta, y ante el sonido, Peeta alza la mirada.

—¿Tanto tiempo me tardé? —le pregunto, al ver que está pelando papas. Me quito la chamarra y la cuelgo en el perchero.

—No —sonríe—. ¿Por qué?

Me acerco, y dejo la bolsa sobre la encimera.

—Te dije que esta noche me tocaba la cena —le recuerdo, miro la estufa. Donde parece que algo se está cocinando—. Y tú ya te has adelantado.

—Sólo estoy preparando un puré —echa las papas en la olla con las demás. Mira la bolsa—. ¿Qué trajiste?

—Vegetales, y conejo. Saldrá un buen estofado.

Me ayuda a lavar los vegetales y a cortarlos. Hago el estofado, y nos sentamos a cenar cuando está listo. Tomo un pedazo de pan, que a pesar de no estar del todo fresco, se encuentra caliente. Inhalo el aroma.

Hace mucho que no tenía algo como esto. Y es hasta ahora que me doy cuenta de cuanto había echado de menos una interacción de este tipo. Una relación así. Este tipo de complicidad que sólo se vive entre dos personas.

Deboro el puré de papas, y cuando voy poco más de la mitad del estofado, me obligo a frenar y comer más despacio. No quiero que la comida termine tan pronto. No con lo bien que sabe.

Hablamos un poco, y la cena transcurre con calma. Terminamos, y lo ayudo a levantar la mesa. Entre los dos lavamos los platos. Yo enjuago y él seca y acomoda.

Me seco las manos, y aprovecho que él sigue ocupado para hacer la infusión que debo tomarme cada semana. Saco la bolsa de papel, y meto la planta seca en la olla llena de agua hirviendo.

—¿Harás té? —me pregunta, y se para detrás de mí. Siento su pecho contra mi espalda, y sus brazos envolverme.

Percibo su aroma a jabón, a limpio. Me agrada.

—No es para ti —sonrío—. Y dudo que te guste.

—¿Para qué es? —pregunta, con sus labios presionando suavemente mi cuello. Su cabello húmedo me roza ligeramente la piel, provocándome un escalofrío.

—Lo conseguí en el quemador. Es para evitar embarazos.

Esta vez no dice nada.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—¿Hmm...?

—Te quedaste callado.

—No es nada.

Me deshago de su agarre y giro. Lo miro confundida.

—¿Te molesta que tome remedios para cuidarme? —comienzo a enfadarme—. ¿Por qué? Es mi cuerpo y...

Niega con la cabeza.

—Jamás he dicho eso —me toma la cintura, y me acerca a él—. Lo respeto. Enserio respeto tu decisión.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora