Capítulo 37

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Le quito los mechones de cabello rubio que tiene sobre la frente, y lo miro dormir.

Luce tan tranquilo, y tan feliz, que me reflejo en él, porque me siento de la misma manera. Hay tanta paz y dicha dentro de mí, que no logro asimilarlo del todo.

Él se remueve un poco. Y, sin abrir los ojos, me atrae hacia él.

Me acomodo, y recargo los brazos en su pecho.

—Buenos días —susurro.

Él abre los ojos, y me sonríe.

—Buenos días —me acaricia la espalda desnuda, y sonríe un poco más—; señora Mellark.

—Supongo que tendré que acostumbrarme a que me llames así —le acaricio la barbilla.

—Sólo no tardes demasiado.

También le sonrío, y me inclino. Junto sus labios con los míos.

Nadie lo sabe, sólo nosotros. Y no tenemos porqué decírselo a nadie.

Lo hicimos ayer, y sin haberlo planeado del todo. Fuimos temprano al Edificio de Justicia, y Madge se hizo cargo de todo; firmamos unos papeles para anular los matrimonios que nos tenían atados a Gale y Amber, y no hubo la necesidad de que ellos se presentaran gracias a nuestros antepasados con ellos.

También aprovechamos para hacer algo más. Firmamos los papeles para legalizar una unión que deseo dure para toda la vida.

No hubo ninguna celebración ni nada, como se acostumbra en el distrito. Y cuando comenzó a anochecer, hicimos el tueste. Willow fue la única testigo. Y ahora, somos oficialmente marido y mujer.

Sus labios se mueven con desesperación sobre los míos. Pero me separo, porque escucho un ruido a la izquierda.

—Vas a despertar a Willow —susurro.

—Ella está dormida.

—No por mucho tiempo.

Volteo, y la veo intentando levantarse de la cuna míen se sostiene con fuerza de los barrotes.

—Te lo dije —le sonrío, y le doy un último beso. Me levanto—. Ella ya está despierta.

Tomo la bata del suelo, y me la pongo. Me acerco a la cuna.

Ella, al igual que siempre, no se espera, y consigue levantarse como puede mientras se aferra a los barrotes de madera.

Desde que ella descubrió que puede ponerse de pie por sí misma, nada la para, y parece que no queda mucho para que se suelte a caminar por sí sola.

—¿Por qué no me extraña verte despierta?

Sonríe al verme, la saco de la cuna y le beso la mejilla.

—¿Ya tienes hambre? —le sonrío—. Vamos a prepararte algo.

Peeta se cubre con las mantas, y saluda a Willow con una sonrisa nerviosa. Ella extiende los brazos hacia él.

—No, Willow —me río—. No es buen momento para ir con papá.

Me la llevo a la cocina, y le preparo una papilla de frutas silvestres. Poco después, escucho las pisadas de Peeta, y cómo se acerca.

Preparo un poco de pan tostado con mermelada de fresa. Siento que él me abraza por atrás, y me besa el cuello.

—Se te hace tarde para ir a la panadería —le digo.

—Quisiera quedarme.

—Igual yo, pero también tengo cosas que hacer.

Me besa.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora