Capítulo 8

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Toco la puerta trasera de la panadería, y espero.

Es un descaro que me encuentre aquí, pero no puedo soportar más el ansia que ha estado torturándome durante estos dos largos días.

Las manos me sudan, y el nerviosismo aumenta.

«No debería estar aquí», me recuerdo.

Es cierto que he venido porque necesito conseguir pan, pero esa no es precisamente la razón por la que me encuentro aquí.

Siento alivio al ver que me abre Peeta. Él parece sorprendido al verme, y yo intento disimular lo mejor que puedo.

—Hola —me saluda, y lo noto más tenso que de costumbre. Al mirar detrás de él, comprendo la razón. Está ella en la cocina, y charla animadamente con la mujer del panadero.

—Hola —intento actuar normal, y evito mirarlo a los ojos para no delatarme—. Traje algunas ardillas, y... No sé si tu padre quiera algunas.

Él asiente con la cabeza. Ni siquiera hablamos, le doy las presas y él me entrega el pan. Pero, antes de alejarme, le entrego de manera discreta un pequeño pedazo de papel doblado. Él parece sentirlo, porque lo toma disimuladamente y lo guarda con discreción en el bolsillo de su pantalón.

Nos miramos por última vez, y me alejo.

Voy a casa de mi madre, a dejarles algunos conejos para la cena, al igual que algunas latas de comida. Ceno con ellas, y después voy con los Hawthorne.

Hazelle me abre, y sonríe con alegría.

—Katniss, ¿quieres pasar?

Niego con la cabeza.

—Sólo vengo a dejarte lo que conseguí en el bosque.

—Gracias.

Le entrego todos los conejos que me quedan, y las fresas que conseguí para que Vick las venda.

Y antes de que me despida, noto que ella quiere decirme algo. No se resiste, y se atreve a hacerlo:

—Escucha, Katniss —suspira—. Sé que no debo meterme en tu matrimonio con Gale, pero te entiendo, ¿sabes? Al inicio de mi matrimonio tampoco estaba convencida de tener hijos. Pero es parte de la vida. Últimamente he notado a Gale bastante mal, y casi siempre está de malas. Y no se lo merece, ni tú. Ustedes eran tan felices juntos, y estoy segura de que un bebé les mejorará mucho la vida a los dos. La llegada de un nuevo miembro a la familia siempre anima a todos y...

—Se hace tarde, tengo que ir a casa a hacer la cena, Hazelle —decido interrumpirla—, debo irme.

Ella vuelve a suspirar, y asiente con la cabeza.

—Hasta luego —se despide, con cierto desánimo.

Me voy directo a la pradera, y cruzo el alambre suelto. Espero a Peeta donde siempre. Y quince minutos después, lo veo llegar.

—Creí que no vendrías —le digo, y él voltea en mi dirección.

—¿Por qué no lo haría? —se acerca.

Me encojo de hombros.

Él se me queda viendo, y al parecer se da cuenta de algo. Porque pregunta:

—¿Estás bien?

Asiento con la cabeza, pero él no parece convencido, porque se acerca más.

—Oye —suaviza su tono de voz—. Sabes que conmigo no tienes que fingir. No tienes que contármelo si no quieres, pero no tienes que aparentar estar bien conmigo.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora