Me aferro a su espalda, intentando sobrellevar la intensa sensación de placer que se apodera de cada parte de mi cuerpo.
Un grito escapa de mi garganta. A él lo escucho gruñir, y después se deja caer sobre mí, escondiendo la cara en mi cuello.
Cierro los ojos, disfruto de la sensación de su agitada respiración contra mi piel, y de la manera en que el calor de su cuerpo me envuelve.
Noto que mis manos siguen en su espalda, y no lo suelto, porque esto se siente tan agradable, tan increíblemente agradable, que no quiero que él se aparte.
Pero él lo hace.
Se deshace del agarre, sin llegar a ser brusco, y se quita de encima de mí. Sólo se acuesta a mi lado, y la sensación de vacío regresa. Algo dentro, en mi pecho, se estruja, y de repente me siento tan desprotegida que tomo las mantas y me apresuro a cubrirme, intentando de alguna manera encontrar algún tipo de reconforte.
Peeta también se tapa, pero no me mira. Sólo mira el techo. Pero yo sí que lo miro a él.
Esto para nada es como antes, ya no hay nada parecido a cariño, ni una pizca de aprecio. Ahora, cada vez, después haber estado juntos, él sólo se separa, y es como si intentara ignorarme. Siempre veo esa mirada atormentada en sus ojos. Esa culpa, y detesto que sea así.
Una parte de mí quiere impulsarme a que me acerque a él y que sus brazos me rodeen, como solía hacerlo, pero me obligo a quedarme quieta. No creo que algo bueno resulte de forzar las cosas. Sólo haré que Peeta se aleje aún más, inclusive que salga huyendo.
Hoy en especial, noto el tormento en esos irises azules más latente que otros días. No sé qué pueda estar pasando por su cabeza, pero supongo que está así por el lugar donde nos encontramos.
No había opción, no podíamos ir al bosque, porque él tiene que regresar a la panadería, y este fue el único lugar que tuve en mente. Aquí, en la casa que comparto con Gale.
Lo escucho suspirar, y ni siquiera voltea a verme a pesar de que yo no dejo de mirarlo. Se levanta de la cama, y comienza a buscar su ropa.
Me quedo quieta, sólo mirándolo mientras se viste, y me muerdo la lengua para contener el montón de palabras que tengo atoradas en la garganta. Debo quedarme callada, debo obligarme a hacerlo, porque no quiero empeorar todo aún más.
Peeta termina de ponerse la ropa y se sienta en el borde del colchón para atarse los zapatos. Me incorporo, y me siento mientras me cubro con las mantas. Le miro la fuerte y amplia espalda, y mis ojos siguen cada uno de sus movimientos, intentando averiguar qué sucederá.
Sé que se irá, pero una parte de mí cree qué tal vez él quiera quedarse otro rato conmigo.
De repente, se levanta. Y el corazón me late con fuerza, expectante ante lo que vaya a decidir.
—¿Ya te vas? —le pregunto.
Lo escucho suspirar.
—Amber me está esperando para la cena —se pone la chamarra, y sigue evitando mirarme—. No puedo fallarle.
Aún faltan algunas horas para la cena, no tiene sentido su excusa. Parece que sólo está intentando huir.
Trago nerviosa.
—¿Te veré mañana? —le pregunto.
Sólo veo que se encoge de hombros.
—A la hora de siempre —me dice. Y se aleja sin despedirse, sin nada.
—Peeta.
Él voltea a verme, y por fin me mira a la cara. Las palabras luchan con más fuerza para salir. Pero se me quedan atoradas en la garganta. Lo miro y me obligo a decirle otra cosa antes de arruinarlo todo:
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Siempre has sido tú
Fanfiction¿Alguna vez has sentido que algo tenía que pasar? Pero... ¿Jamás sucedió? Ellos jamás han hablado, pero se conocen. Él siempre quiso acercarse a ella, pero jamás sucedió. Y ella, nunca se atrevió a agradecerle por haberle salvado la vida hace ya ta...