Capítulo 11

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Mi única compañía durante la noche resulta ser el horroroso Buttercup, quien se la pasa lamiéndose el pelaje y buscando comida para llenarse la barriga.

Al parecer el ya no me odia tanto como antes. Ahora parece que la víctima de su desprecio es Rory, quien pasa mucho tiempo con Prim, tiempo en el que ella podría estar consintiendo al gato. Buttercup y yo seguimos sin llevarnos bien, jamás lo hemos hecho, pero por lo menos ahora llevamos las cosas en paz. Supongo que está bien para variar.

Hago el intento de no quedarme dormida, y estar atenta vigilando a Gale, pero en algún punto de la noche termino cerrando los ojos. Y a la maña siguiente, despierto en la silla, con la cabeza recargada en la mesa, y siento todo el cuerpo entumido.

Me incorporo, y veo que Gale sigue con los ojos cerrados. Bostezo, y me abrigo más con la manta que tengo sobre los hombros.

Se me ocurre bajar la mirada, y caigo en la cuenta de que sigo con la chamarra de Peeta. Me la quito rápido, antes de que Gale despierte, y la doblo tan bien que consigo que quepa en mi bolsa de caza.

Por la manera en que entra el sol por la ventana, parece ser bastante temprano. Aún así, Prim y mi madre se levantan y se acercan a ver a Gale. Lo dejan dormir un poco más y esperan a que él despierte. No tarda demasiado en hacerlo, y cuando abre los ojos, parece bastante aturdido, y adolorido.

Ellas lo revisan, y le dicen que no puede irse a pesar de que él insiste que debe ir a las minas a trabajar. No puede darse el lujo de perder un día más de paga, pero intento tranquilizarlo diciendole que iré al bosque y conseguiré lo necesario para que todos comamos hoy.

Y lo hago. Me paso un buen rato entre los árboles, pero consigo bastantes presas gracias a las trampas: conejos, ardillas, e inclusive un castor, el cual seguramente Hazelle sabrá aprovechar para la comida, inclusive la cena.

Esta vez no voy al quemador, porque necesitaremos toda la comida posible para hoy, inclusive para mañana.

Cuando regreso a casa de mi madre ya pasa de mediodía, y me quedo a cuidar a Gale, al igual que ellas. Más tarde, llegan Hazelle y sus hijos, menos Rory por su trabajo en las minas, y nos pasamos ahí todo el día.

Gale parece mostrar un gran avance, su piel aún sigue bastante expuesta y herida, y necesita descansar bastante para que cicatrice del todo. Sin embargo, cuando llega el atardecer, él insiste en que ya se siente mejor, por lo que mi madre y Prim vuelven a examinarle las quemaduras. Dicen que sí, Gale ya está mejor, pero necesita descanso. Él también lo escucha, pero sé que no hará caso.

Lo ayudo a ponerse la playera, y nos vamos a casa. Él parece tranquilo, y tal como pensé, me dice que mañana irá a las minas, porque no puede perder un día más sin dinero. Intento convencerlo de que no lo haga y que mejor espere a que cicatrice su piel, pero se niega. Y decido callarme porque, sé que, diga lo que le diga, no hay manera de que él cambie de idea.

Preparo la cena, y comemos en silencio. Él parece pensativo, y me doy cuenta de que le siguen doliendo las quemaduras, porque hace una mueca de dolor de vez en cuando.

Cuando llega la hora de dormir, nos preparamos. Y antes de que se acueste, lo detengo:

—Debo ponerte esto —le enseño el unguento.

Él asiente con la cabeza, y me arrodillo sobre el colchón. Intento mantenerme tranquila a pesar de que sus ojos no dejan de verme. Evito demostrar lo desagradable que me resulta esparcirle la espesa pasta de hojas sobre la piel quemada. Esa combinación visual hace que se me revuelva el estómago, y él parece notarlo, porque se ríe.

—Así de mal está, ¿eh?

Niego con la cabeza.

—Es sólo... sabes que esto de ser sanadora no es lo mío.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora