Capítulo 13

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Despierto sola en la cama, me incorporo un poco y me quedo quieta, atenta a cualquier ruido. Pero sólo hay silencio.

Por la manera en que se cuelan los débiles rayos de sol por la ventana, es evidente que aún es demasiado temprano. Demasiado para que Gale ya se haya ido a las minas.

No hay ninguna señal de que él haya llegado anoche. Por supuesto que se quedó con ella.

Voy al baño, me lavo la cara, intento eliminar con el agua los estragos que dejaron las lágrimas de anoche, y después me visto.

Desayuno lo que encuentro en la cocina, y me voy directo al bosque.

Intento cazar, pero me encuentro tan perdida en mis pensamientos que ni siquiera logro concentrarme lo suficiente para apuntar.

Después de algunos intentos, me doy por vencida con el arco y mejor me ocupo de las trampas. Pero tampoco encuentro mucho.

Me quedo toda la mañana en el bosque, caminando sin parar, intentando encontrar algo para llevar a casa. Me desespero al no conseguir nada. Tan sólo un par de ardillas que no me recibirán en ningún lado.

Bueno... si hay un lugar.

Me armo de valor y camino de regreso a la alambrada. Me dirijo a la panadería. Toco la puerta trasera, y el pulso se me acelera ante la expectativa.

¿Qué le diré si me encuentro con él?

Tal vez sólo baste con un simple hola. O...

La puerta se abre, y veo que quien me recibe es el panadero. Su padre.

—Buenas tardes —me saluda, y se limpia las manos llenas de harina en el delantal blanco.

—Buenas tardes —respondo—, traje algunas ardillas y...

Me callo al encontrar a Peeta detrás de él, pero no está solo.

Ella está con él, se ríen juntos, e inclusive ella se le acerca. Pienso que va a suceder algo, como un beso tal vez, pero ella sólo le limpia con cuidado la harina de la cara. Él no deja de mirarla, tampoco se aparta, sólo le sonríe.

Esa mirada, la he visto antes. Él solía mirarme así.

El panadero voltea, y mira en la misma dirección que yo. Eso es lo que me obliga a reaccionar.

—Lo siento —me apresuro a decir, y él vuelve a mirarme—. Tengo algunas ardillas, y me pregunto si quiere algunas.

Él sólo asiente con la cabeza. Le doy las presas, y se da la vuelta para ir por el pan. Mis ojos buscan sin permiso a Peeta, y vuelvo a encontrarlo.

Lo veo amasando. Ella ya no está, y parece que él siente mi mirada, porque voltea en mi dirección.

Espero encontrar sorpresa, inclusive emoción en sus ojos, pero no hay nada.

Ya no hay nada.

Y ahora parece que se han invertido los papeles. Porque yo soy quien lo mira, y él quien aparta la mirada.

El panadero regresa, tapando la imagen de Peeta, y me entrega el pan en una bolsa de papel.

—Gracias —murmuro.

Él se despide con un simple gesto de cabeza, y me marcho.

Me voy a casa de mi madre, y como con ella y Prim. Intento despejarme y relajarme, pero la cabeza me juega una mala pasada, porque no puedo dejar de pensar. No consigo concentrarme en lo que ellas me platican. Mi mente sigue en otro lado.

Después de algunas horas, me despido con la excusa de que debo ir a casa, y salgo. Pero mis pies me llevan a otro lado.

Cuando menos me doy cuenta, ya estoy en la ciudad, y voy camino a la panadería. Me acerco, pero encuentro a Peeta mucho antes. Él está afuera de la parte trasera de lo que parece ser algún tipo de almacén. Está solo, y no hay nadie cerca.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora