Capítulo 10

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Abro los ojos despacio, y alzo un poco la mirada. Peeta sigue dormido, por lo que me quedo quieta. No quiero despertarlo, no quiero interrumpir su momento de calma.

Él parece tan tranquilo, tan libre de cualquier preocupación, que consigue contagiarme.

Peeta, al igual que las ocasiones en que nos hemos quedado a dormir aquí, ha dejado que lo use de almohada, por lo que el frío del exterior no puede tocarme. Su cuerpo y sus brazos me protegen, y sirven como una especie de defensa para mantenerme caliente.

No sé cuánto tiempo pasa, pero sigo observándolo, y veo que de repente abre los ojos. Se estira, y después sus brazos vuelven a envolver mi cuerpo.

—Ya estás despierta —me mira, y sonríe—. ¿Qué tan tarde es?

Me encojo de hombros.

—No lo sé, pero por como entra el sol, seguro ya pasan de las nueve de la mañana.

Aprieta un poco los labios, y asiente con la cabeza.

—Ya deberíamos irnos, ¿no crees?

Frunzo el ceño.

—¿Por qué?

—No quiero que te metas en problemas por mi culpa.

—No lo haré, Gale cree que estoy en casa de mi madre —me siento, y me estiro—. Tienes que ir a la panadería, ¿cierto?

—Si, pero ya es bastante tarde para llegar a tiempo —también se sienta, y se pone la chamarra—. No importa. Ya veré qué decirle a mi padre.

Intento desenredarme el cabello con los dedos, y él se abrocha los cordones de los zapatos. Después, me ayuda a acomodar las cosas, y finalmente salimos.

Caminamos en silencio, pero noto que él se queda mirando el lago.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—¿Estará muy fría el agua?

Frunzo el ceño.

—Es seguro, ¿por qué?

—Quiero meterme a nadar.

—Has perdido la cabeza —me río—. Dime, ¿si quiera sabes hacerlo?

Niega con la cabeza, y se quita la chamarra. Al igual que la playera.

—Jamás lo he hecho, por eso quiero intentarlo.

Se desviste, y se acerca a la orilla del lago.

—¿Estás loco? —me preocupo al ver que no está bromeando—. Vas a hundirte.

—Entonces ven conmigo.

Niego con la cabeza.

—Por supuesto que no. El agua está helada.

Se encoge de hombros, y después se echa al agua.

Veo que se hunde, pero que no sale a la superficie.

—¿Peeta? —pregunto, pero no tengo respuesta—. ¿Peeta?

Sin pensarlo demasiado, me desvisto, hasta quedar en ropa interior y me meto al lago. Lo busco, y justo cuando me doy cuenta de que puedo tocar el fondo lodoso con los pies, sale Peeta. Me asusta, y le aviento agua mientras se ríe.

—¿Qué te pasa? —me quejo—. ¡Estás loco!

—Te metiste al agua —me dice, y sonríe. Pero noto que tirita de frío, igual que yo—. Dijiste que no ibas a hacerlo.

—¡Porque creí que estabas ahogándote! ¡Enserio que has perdido la cabeza!

Sigue riéndose, le aviento más agua.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora