Capítulo 6

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Me quedo quieta por la sorpresa.

No me muevo, no respiro, ni siquiera parpadeo. Sus labios se funden con los míos, el contacto hace que algo se avive dentro de mí.

No hay palabras de por medio, y aunque me ha confesado lo que lleva guardado por tanto tiempo, parece tener muchas más cosas que decirme, esta vez, por medio de sus labios.

Un ruido se me escapa de la garganta. Y en lugar de apartarme, noto que de manera inconsciente me acerco más él.

Su sabor, su calor...

Es algo tan desconocido y nuevo, que la tentación puede más.

Me siento tan furiosa, impotente, y tan... diferente, que termino correspondiéndole con todo lo que soy capaz. Lo beso con ansiedad, como nunca he besado a nadie.

Me aferro a su camisa, el calor comienza a surgir dentro de mí.

No sé qué me sucede, es como si mi cuerpo despertara y se moviera por cuenta propia. Como si me estuviera exigiendo todo lo que le fue negado por tanto tiempo.

Esto es incorrecto, está mal. Pero, ¿por qué se siente tan bien?

Él está casado y yo igual. Pero me siento incapaz de hacer algo para que nos detengamos.

Jamás me había sentido tan viva en toda mi vida, con este deseo que me corre por las venas. Con este sentimiento tan intenso que me exige más de él.

Una parte de mí quiere esto, desea saber si puedo sentir lo que las mujeres tanto murmuran y presumen con indiscreción en las calles de la Veta. Ese deseo de hacerlo una y otra vez.

No puedo asegurar nada, pero Gale jamás ha conseguido hacer que aparezca este fuego dentro de mí, nunca me ha hecho sentir así con un simple beso. Jamás.

No me importa si es sólo esta vez, quiero saber cómo se siente.

Peeta tampoco parece tener muchas complicaciones morales, porque me quita la chaqueta de cuero y la tira al pasto.

Cedo a la locura, y meto las manos debajo de su playera. Le acaricio los músculos del abdomen, el pecho firme, descubriendo la suavidad y calidez de su piel. Descubriendo lo placentero que resulta tocarlo, y sentir la manera en que se le eriza la piel bajo las palmas de mis manos.

Él se saca la playera y la avienta al suelo. Sus labios van directo a mi cuello y besan un punto sensible. Me sorprende lo placentero que resulta el contacto; tanto, que un sonido indecoroso escapa de lo más profundo de mi garganta.

La desesperación parece rebasarlo, porque mete sin tapujos las manos debajo de mi blusa. Suben, y aprieta mis pechos.

Lo escucho gruñir, y sólo basta tocar mi piel para que se apresure a quitarme la ropa para tocar todo lo que hay debajo. Me quita el pantalón y se deshace del sostén, dejando mis pechos al descubierto. Surge el pudor, y con el, la incomoda necesidad de cubrirme. Pero ni siquiera me da la oportunidad de hacerlo, no me da la oportunidad de nada, porque me toma de la cintura y me pega a él, apretando mi torso desnudo contra el suyo; buscando cómo se siente, descubriendo lo bien que conseguimos encajar a pesar de las diferencias de nuestras anatomías.

Pero, de repente algo parece frenarlo. Un recordatorio quizá, o la culpa. El anillo que lleva en el dedo y le recuerda el peso de su promesa de serle fiel a la mujer que ama. Junta su frente con la mía, parece plantearse el detenerse. Aún así, se niega a soltar la piel desnuda de mi cintura.

—Dime que me detenga —implora en un jadeo.

Podría hacerlo, antes de que sea tarde. Pero, así como él se niega a soltarme, a dejar de tocarme. Yo también me niego a la idea de que tenga que dejarme ir.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora