Capítulo 25

944 62 54
                                    

Peeta sigue viniendo por las tardes, a la hora de la comida. Y ahora que el invierno se ha ido, me acompaña de vez en cuando a la pradera para caminar un poco.

Ya no puedo ir al bosque. Porque, la barriga me ha crecido tanto, que no puedo agacharme para atravesar la alambrada. Así que Peeta me lleva a la pradera, para intentar animarme el día un poco.

Y, a pesar de lo que mi madre pueda pensar con respecto a Peeta, deja que me vaya con él. No hace preguntas ni se opone de alguna manera. Parece que ella y Prim se sienten más tranquilas de que él me acompañe.

Mi relación con Peeta ha mejorado. Se podría decir que hemos vuelto a ser algo parecido a amigos, evitamos tocar temas sensibles, y sólo pasamos tiempo juntos.

Una parte de mí quisiera que nuestra relación volviera a ser como antes, pero sé que eso no es posible. Es mejor así. Sigo firme con la decisión que he tomado, y Peeta parece respetarla, porque no me presiona para que avancemos a otro nivel.

Salimos juntos casi todos los días, y con ello ha aparecido el temor de que se creen rumores sobre nosotros. A él parece no interesarle la opinión de la gente, aún así, respeta mi privacidad y procuramos pasar por callejones donde nadie pueda vernos.

El sol me calienta la piel, y el refrescante olor a maleza consigue relajarme. Estiro las piernas, la hierba crecida me acaricia la planta de los pies.

—¿Cómo vas? —me pregunta él, volteo a verlo—. Con el embarazo, quiero decir.

Vaya, casi no hemos hablado sobre eso.

Siempre evitamos tocar ese tema, porque nada bueno puede derivar de ello. Resulta un poco intrigante porqué quiere hablar de ello ahora.

—Ni siquiera puedo ponerme los zapatos —le digo. Se ríe—. Es una pesadilla.

—Supongo que es difícil por ahora —se incorpora un poco, y se acomoda sobre el pasto—. No sé mucho de esas cosas, pero seguro pasará pronto.

Le aparece una sonrisa en la cara.

Él, como siempre, intenta animarme a pesar de mi mal humor.

—Sólo sé que valdrá la pena —continúa—. Cuando lo tengas entre tus brazos, lo sabrás.

Aparto la mirada.

Debería quedarme callada, no decir nada. Pero mi boca actúa antes que mi cabeza:

—Sabes que no lo quiero.

La felicidad desaparece de su cara. Asiente con la cabeza.

—Sé que hemos estado evadiendo el tema —dice, ahora se escucha serio—. Pero, ¿qué pasará si resulta ser mi hijo?

No me atrevo a mirarlo.

Sabía que hablar de esto era mala idea.

He estado pensándolo un par de veces, pero la respuesta parece ser obvia. Se lo daré. Le entregaré al niño, yo no me haré cargo, no puedo hacerlo.

Aunque eso seguro destruirá cualquier posibilidad de que podamos estar juntos, ni siquiera podremos ser amigos. Peeta me detestará por no hacerme cargo del niño, por rechazarlo como su madre lo rechaza a él. No querrá volver a verme.

—No quiero hijos —opto por ser sincera. De nada sirve disfrazarle la verdad—. Será el mismo caso si resulta ser de Gale. Te lo daré. Tú te harás cargo.

Se le tensa la mandíbula.

—¿Abandonarías a mi hijo?

No respondo, sólo le sostengo la mirada. Él parece deducir la respuesta.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora