Capítulo 28

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Llegamos a la casa. Él me deja entrar primero, y después cierra la puerta.

Todo el camino se quedó callado, sólo bajaba la mirada de vez en cuando para asegurarse que Willow estuviera bien abrigada.

Desde entonces, se siente la tensión, el silencio es incómodo resulta interminable. Aún así, no parece tener muchas ganas de hablar conmigo.

No creo que quiera intentar acercarse a mí y resolver las cosas. No parece que esta ocasión sea así.

Avanzo por la sala, y algunos recuerdos acuden a mi mente. Hace mucho que no estoy aquí, y se siente extraño.

Se siente familiar, pero desconocido al mismo tiempo. No sabría explicarlo.

Veo algunas cosas de bebé en el sillón. No sé si son de Willow o del niño de Amber.

No dudo que siga haciéndose cargo de él.

—¿También cuidas al niño de Amber? —mi boca pregunta sin siquiera haberlo consultado con la cabeza, evito mirarlo.

De reojo, lo veo negar con la cabeza.

—Nunca lo he traído, sólo lo veo cuando voy por la leche de Willow. Él ya está mucho mejor.

—¿Amber no te ha hecho preguntas?

Me atrevo a mirarlo, él no parece entender la pregunta.

—Acerca de Willow —añado.

Asiente levemente con la cabeza.

—No sabe que es mi hija, porque jamás hubiera accedido, pero conseguí convencerla de que le diera algo de leche.

Por supuesto que lo consiguió, él podría persuadir a cualquiera.

Nos dirigimos a la recámara, y me preparo para dormir. Y mientras me cambio, veo que él recuesta a Willow en el colchón y le cambia el pañal.

Le sonríe, y le habla en voz baja con dulzura.

No puedo evitar mirarlos. Mis ojos se niegan a apartarse de ellos, pero él no parece darse cuenta, está tan ensimismado hablándole a Willow, que no parece dispuesto a ponerle atención a algo más.

No cabe duda de lo mucho que la ama.

La manera en que la mira, en la que ella lo mira a él...

Hay una conexión tan profunda entre ambos, que, a pesar de que llevan tan sólo un par de días juntos, parecen tener un lazo casi irrompible.

Ella, a pesar de ser tan pequeña, parece adorarlo. Y él parece capaz de hacer cualquier cosa por ella, para que esté bien.

Salgo de mi trance cuando él alza la mirada. Evito establecer contacto visual, y me fijo en el espejo para desenredarme el cabello.

Él se pone la ropa para dormir, y acomoda a Willow sobre la cesta, que está en medio de la cama. Le besa la cabecita, y se acerca a la puerta.

—Estaré en el sillón —me dice—. Te dejo la cama, vendré de vez en cuando para ver a Willow. ¿De acuerdo?

—Todavía no aprendo bien a cambiar los pañales —le digo, antes de que se vaya—. Además, es tu cama. No me molesta si duermes aquí.

Me preparo para escucharlo negarse, porque no parece del todo convencido. Pero, por alguna razón, termina accediendo.

Se acuesta, procurando dejar un espacio considerable entre ambos, a pesar de que Willow está en medio de nosotros, y se queda mirando el techo.

Yo lo miro a él, pero sus ojos no hacen el intento por buscar los míos.

Siempre has sido tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora