Capítulo 49- S a r a

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S a r a

Londres/ Junio

En catorce días logré estabilizar mi vida. Por increíble que parezca no he tenido ansiedad desde aquel día en que salí a pasear a media madrugada por Londres, incluso siento que estoy mejor que nunca.

Salir con Gardenia, realmente me gustó, es una chica bastante amable y tiene su propio humor muy ligero, se limitó a reírse durante casi todo el tiempo. Fuimos a distintos centros comerciales, cuando ella vio una cuna de bebés se emocionó mucho y casi llora al imaginar que en unos cuantos meses tendrá un bebé. Vimos más cosas de bebés, también compramos comida y nos dispusimos a comer en una banca; me habló de su familia, de Argentina, y de como extrañaba estar allá, aunque sabía que su profesión le permitía mejor vida aquí. Sabía que estaba mejor aquí en Londres, que en Latinoamérica, la comprendí bastante.

Luego de recorrer centros comerciales regresé a mi departamento, quería cocinar algo dulce y saque la receta de Leo, mi vecino de abajo. Intentar cocinar en ocasiones me emociona.

Mi madre interrumpió mi plan llamándome.

—¿Mamá?

—Hola, nena —saludó, con su voz demasiado amable para parecer real.

—¿Pasa algo?

—¿Acaso estabas ocupada? Ya ni con tu madre quieres hablar.

—Si, si estoy ocupada.

No me apetecía nada hablar con ella. Todo mi ser se alertaba con su voz.

—Lo siento, Sara. Soy tu madre y me debes de dar espacio en tu ocupada vida —dijo sarcásticamente—. Además, no sé nada de tí.

—Ni cuando estaba en tu casa sabías de mí.

—Mira Sara, no te llamé para discutir; te llamé para saber qué está pasando en tú vida, y cómo estás tú.

—Si claro —murmuré.

Me imaginaba a mi madre sentada en su gran sofá color fosforescente, limando sus largas uñas y con el teléfono entre el hombro y la cabeza.

Mientras escuchaba el silencio en la línea, saque algunos ingredientes necesarios para las galletas.

—Sara, ¿Cristina te ha llamado?

—Así que eso querías saber, por eso me llamaste.

—Claro que no, también quería saber cómo estabas tú.

—Hablo con Cris casi todos los días. Que no te llamé y no te coja el teléfono a ti, no es mi problema —digo en tono monótono—. Y yo estoy bien, mamá.

—¿Qué tan bien?

—¿Qué quieres que te conteste? ¿Que estoy regocijándome en unicornios y nubes rosas? ¿Qué me duelen las mejillas de sonreír?

—No es necesario que seas tan grosera. No olvides nena, con quién estás hablando. Soy tu madre, respétame.

Suspiré apunto de colgar la llamada, no lo hice porque concentré mi atención en la receta del postre.

Respire unas cuantas veces antes de hablar de nuevo con voz calmada:
—Estoy bien, madre. Estoy tan bien que voy a hacer galletas. Y todos los días recuerdo que eres mi madre, cada segundo, así que no te preocupes con pensar que lo olvidaré.

—¿Por qué no solo vas al supermercado a comprar las galletas?

—Prefiero hacerlas yo.

—Que yo recuerde no sabes cocinar.

Ilústrame, píntame y no me dejes [En Edición] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora