Capítulo 75- M a t í a s

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M a t í a s

Londres/ Julio

Ver a Sara con la vida dependiendo de las acciones de Leyla me causó un gran estrés y terror. No me imagino que sintió ella, me lo sigo preguntando pues nunca sé que piensa en concreto Sara.

Llegué a mi departamento donde ya no estaba nadie, tuve que ir a testificar y gracias a qué grabé todo lo que dijo Leyla es muy seguro que vaya a la cárcel por un buen tiempo.

Me dejé caer en el sofá suspirando, estaba tan asustado de saber que en cualquier momento Leyla podía matar a Sara, cuando salí de la habitación y mire la situación juré que tal vez estaba soñando. Sé que Sara estaba en un tipo de trance porque en ningún momento me miró, ni hizo ninguna expresión o movimiento; y sé que está molesta, aunque no sé con quién. Conmigo, con Leyla, o con ella misma. No lo sé, maldita sea, y eso es lo que más me tensa.

La puerta de mi departamento se abrió con un golpe, mis padres y Carla entraron casi corriendo.

—Matías —mi madre fue la primera en apresurarse y sentarse a mi lado—. ¿Estás bien?

—Si. ¿Ya saben todo, cierto?

—Si, la estúpida zorra asquerosa de Leyla estará mucho tiempo en la cárcel, tú tranquilo —exclamó Carla.

Me pasé la mano por el cabello de pronto sintiendo frustración, había llamado y buscado a Sara, quería saber cómo estaba, que sentía, y me dijera cualquier cosa que sintiera.

Mi padre me miró de arriba abajo, esa es su manera de percatarse que todo esté bien, reconoce el bienestar con solo una ojeada.

—¿Qué arma era? —preguntó Carla haciendo una pompa con el chicle.

—Eso no importa —mi madre me acarició el hombro.

—De hecho si importa —habló por primera vez papá—. Cada arma tiene distintas necesidades de presión en el gatillo…

—Oh, no empiecen —lo interrumpió mi madre apuntando con un dedo.

—Relájate mamá, tu hijito está bien.

—Hann —mi madre se puso de pie y tomó a Carla por el antebrazo—, llévate a tu hija afuera.

—Mamá, no soy un perro —dijo mi hermana.

Mamá le dió una mirada a mi padre que solo ellos comprenden y mi padre suspiró rodando los ojos.

—Vamos, Carla —mi padre caminó hacia la puerta.

—¿Es en serio?, tal vez Matías me necesita también.

—No, no te necesito —le dije a mi hermana.

—Bien —Carla camino hasta papá y se cruzó de brazos como niña berrinchuda—. ¿A dónde me llevarás?

—A un puto manicomio —contesto papá. Mi madre le dió una mirada filosa y él apretó los labios para no reír.

Increíble familia.

—Mamá, no me dejes con este hombre que dice ser mi padre. No lo ves, está loco.

—Carla —le advirtió mamá—. Necesito estar un segundo sola con Matías. Hann, llévatela.

—Uno, listo ahí está el segundo —grito Carla. Papá suspiró estresado y tomó a mi hermana por la cintura echándola en el hombro—. ¡Suéltame! ¡Ayuda me secuestran!

Mamá negó con la cabeza molesta. Mi padre y mi hermana son tal para cuál, desde que Carla es pequeña se hace del rogar para que papá la cargue, y aunque todos pensamos que cuando a papá le pusieron la prótesis ya no podría hacerlo, sigue haciéndolo. Es un hombre musculoso.

Ilústrame, píntame y no me dejes [En Edición] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora