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𝑆𝑒𝑏𝑎𝑠𝑡𝑖𝑎́𝑛.


—¿Así están bien las cunas? —le pregunté a Lidia, que estaba sentada en el suelo sobre un cojín y mordía su hamburguesa.

Hace unos días habíamos decidido empezar a ordenar la recámara de los bebés. Primero empezamos con los colores de la habitación. Una de las paredes era una réplica de un castillo de Disneyland, habíamos visto el diseño en Internet y quedamos enamorados. Este tenían colores pastel y otros como el dorado y unos tipos de verde. Ambos habíamos trabajado en el diseño, en trazar las figuras y pintarlo. Fueron varios días de batallar para acabarlo y por fin estaba listo.

Por otro lado, el suelo fue tapizado con una alfombra de color gris, pues cuando los bebés crecieran, se la pasarían en el suelo y la alfombra era para evitar que se lastimaran.

Ahora estábamos acomodando las cunas de madera blanca. Estas estaban pegadas a la pared y ambas estaban juntas. A mí parecer se veían bien así, pero también faltaba la opinión de Lidia.

—Sí, así están perfectas. —respondió con la boca llena de comida y sonreí. Intentó levantarse del piso sola, pero caminé de prisa y la ayudé. —Gracias. —me dijo y asentí. —Ya solo falta ordenar la ropa, los pañales y todo lo que compramos en la tienda. Eso lo puedo hacer yo en los próximos días. —propuso.

Miré la habitación y me sentí satisfecho con el resultado. Las cortinas blancas se veían increíbles y hacían juego con la pared. Casi todo en la habitación era blanco, excepto los muebles, esos eran de un color gris claro.

—La cuna que está en la sala, ¿la pasamos para acá o que se quede ahí? —le pregunté.

Quizá les parecería extraño que tuviéramos otra cuna, pero platicando con nuestras familias y amigos, nos dijeron que sería más práctico para Lidia. Así podría dejarlos en la sala mientras ella hacía otras cosas, pues en sí la habitación de los bebés estaba en la planta de arriba.

—No, que se quede ahí. Va a ser más fácil para mí tenerlos conmigo y no hasta acá arriba. —me dijo y tiró la el empaque de su hamburguesa a la basura. —Por ahora hay que dejarlo así, amor. Ya es hora de que te prepares para tu partido.

—Vale, corazón. —me giré hacía ella y besé sus labios fugazmente. —Mmm, besos sabor a carne. Me gusta. —bromeé y me golpeó el hombro con suavidad, haciéndome dar un paso hacia atrás.

—Me voy a lavar la boca. —se quejó y salió de la habitación.


Cuando ya no la vi más, solté una risa y suspiré. Salí también de la recámara y caminé hasta la nuestra para tomar la maleta con mis cosas.

Al entrar, me encontré a Lidia acostada en la cama mientras miraba la televisión. A veces me asustaba lo grande que se veía su pancita, creía que en algún momento explotaría. También me preocupaba el oírla quejarse de la espalda, pero era normal por el peso que estaba cargando de más. Quizá no podía hacer nada contra eso, pero en las noches procuraba darle siempre masajes en esa área.

—¿Cómo vas con esa espalda? —le pregunté, tomando mi maleta y colgándola sobre mi hombro.

—Estando acostada no siento tanta molestia. Es solo cuando estoy de pie. —me hizo saber.

—¿Ya ves? Pero tú sigues de necia en seguir haciendo cosas que no. —la regañé y ella me miró con ojos de borrego. —Y no me mires así, ambos sabemos que eres necia.

—Es que no me gusta ver desorden en la casa.

—Yo puedo hacerlo. —le dije y me miró con una ceja alzada. Miró detrás de mí y volvió su vista hacia mis ojos.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora