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𝐵𝑒𝑟𝑙𝑖́𝑛, 𝐴𝑙𝑒𝑚𝑎𝑛𝑖𝑎.


𝐿𝑖𝑑𝑖𝑎.


Sebastián y yo caminábamos separados hacia nuestro destino. Desde que bajamos del auto, él estuvo muy pensativo. Por eso decidí adelantarme, cosa que al parecer él no notó de tan distraído que iba.

En realidad, creo que cada quien iba sumido en sus propios pensamientos. Desconocía lo que él pensaba, pero por mi cabeza pasaba la idea del por qué me estaba sintiendo mal estos días. Llegué a la conclusión de que podría estar embarazada, ya que los síntomas eran obvios.  Llevaba cuatro días de retraso, pero para mí era normal. Aún así, había decidido ir en busca de un test de embarazo en cuanto estuviéramos cerca de una farmacia o un supermercado.

Una sonrisa discreta se formó en mis labios mientras miraba el paisaje; los enormes árboles siendo sacudidos por el viento y el sol brillando en el cielo. Mi corazón latió con emoción al ver a los pequeños niños corriendo alrededor de sus madres. Algo muy en el fondo me decía que sí estaba embarazada y eso me hacía ilusión.


—¿Te duele el estómago? —la voz de Sebastián me hizo volver a la realidad, dándome cuenta que me sostenía el vientre. —¿Estás bien, amor?


—Sí, amor. No te preocupes, sólo tengo hambre. —mentí, tomándolo de la mano para seguir avanzando. —Quizá podemos buscar algo en el camino, ¿no crees?


Evidentemente no pensaba decirle nada hasta que estuviera segura de mi estado. No quería mencionarlo y que todo fuese una falsa alarma. 


—Sí, podemos. —respondió, caminando a la par conmigo. Su vista iba clavada en el piso y su mano apretaba con discreción la mía. —Lidia, creo que... Aunque no me lo hayas pedido, quiero hablar sobre la situación de hace un momento en el auto. —se detuvo en medio del camino y me tomó de las manos, haciéndome mirarlo de frente.


—¿Quieres hacerlo?


—Sí, no quiero que haya malos entendidos. —miró nuestras manos entrelazadas y comenzó a jugar con mis dedos. —¿Te molestó, no?


Iba a negarlo, pero recordé una de las tantas discusiones que tuvimos por la misma razón. Era consciente de que tenía que haber confianza y contar cómo nos sentíamos respecto a situaciones que nos hayan molestado o incomodado. Y esta había sido una.


—Sí, un poco. —confesé. —Al inicio todo iba bien, pero después me sentí fuera de lugar y tú parecías muy cómodo hablando con ella. Me sentí muy incómoda en verdad. —solté, cosa que me hizo sentir mejor.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora