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𝑆𝑒𝑏𝑎𝑠𝑡𝑖𝑎́𝑛.

El entrenamiento de hoy había terminado y yo ya estaba bañado y listo para ir a casa. Guardé todas mis cosas en la pequeña maleta negra que solía traer y la cerré con cuidado para no dañar el cierre. Siempre me pasaba eso con las maletas y mochilas.

Antes de salir de los vestidores, me escondí detrás de uno para vigilar que Hanna no estuviera cerca. No había un solo día en que ella me detuviera para hablar y hacer sus comentarios sobre ir con ella a comer o ir a su departamento.

Una mano se posó en mi hombro y cerré los ojos.

Mierda, mierda.

Giré sobre mis talones y, para mi suerte, no fue Hanna la que tocó mi hombro. Solo era Raphaël Guerreiro, quien me miró con curiosidad.


—Oh, hola. —le dije con alivio.


—¿Por qué estabas escondido? —preguntó y miró a todos lados como buscando de lo que me escondía.


—No quería encontrarme con Hanna. —confesé un poco apenado, no quería que pensara cosas que no. Pero por su mirada, supe que lo estaba haciendo. —No me malentiendas, no tuvimos nada que ver. Sólo que ella...


—Te acosa, ¿no? —me interrumpió y asentí. —Escucha, Sebas. No es la primera vez que lo hace, ella es así con todos nosotros. Hace unos años hubo un jugador que la reportó con los directivos del club. ¿Y sabes que pasó? —me preguntó y alcé los hombros en respuesta. —El que terminó fuera del club fue él.


—¿Y por qué pasó eso?


—Su padre es parte de la directiva. Por eso está trabajando aquí y también por eso se siente con poder de hacer eso sin tener represalias. —me contó.


—¿Y tú qué hiciste para alejarla de ti? —le pedí saber. —Te juro que a donde yo voy, ella aparece de la nada y comienza a tocarme o a acercarse mucho a mí. Me joden sus actitudes. —solté.


—Te entiendo, hermano. Pasé por lo mismo hace años. —me dijo. —Y bueno, me soltó por que llegó un juguete nuevo y ella corrió tras él. Ahora tú eres su objetivo, Sebastián. Y hasta que no llegue alguien más, lo seguirás siendo.


Mi cuerpo sintió pánico y un escalofrío recorrió mi espina. Esto sonaba a una puta película en donde un asesino me perseguía.


—¿Y no hay otra opción? Digo, podría solo simplemente decirle que no me interesa y listo. —propuse y él me dedicó una mirada desaprobatoria.


—Eso va a hacer que te acose más. Le gusta lo prohibido, créeme cuando te digo esto. —advirtió. —Sólo ignórala, ojalá se canse y te deje en paz.

—Ojalá. —pedí.

Ambos salimos de los vestidores y después de despedirnos, cada quien caminó hasta su respectivo automóvil. En esta ocasión había traído mi auto, para así dejarle a mi mamá la camioneta por alguna emergencia.

Le quité el seguro al coche y abrí la puerta. Cuando estaba a punto de entrar, una mano con uñas largas y rojas sostuvo la puerta. Maldije en voz baja y me prepare mentalmente para lo que venía.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora