25

631 84 33
                                    




Cuando lo tomé del brazo, rápidamente quitó mi mano de su cuerpo y retrocedió unos pasos.

—¿Estuviste con Giovanni otra vez? —le pregunté de golpe y giró a verme.

Sus ojos de nuevo estaban rojos y lucían cansados. Hace mucho tiempo que no lo tenía así de cerca y pude notar unas ojeras casi oscuras debajo de sus ojos, además lo noté más delgado y me pareció extraño.

—¿Vamos a dormir? Tengo muchas ganas de hacerte cosas. —arrastró las palabras y su tono de voz era calmado. Sé que estaba tratando de evadir la pregunta.

—¿Qué hicieron? —insistí.

—¿Es en serio? —me miró con incredulidad. —Solo estuvimos platicando... Ya sabes. —soltó con una tranquilidad impresionante, puesto que yo tenía ganas de partirle la cara. Se tocó la nariz con la mano, como si se limpiara algo.

—Y supongo que esas cosas, —hice comillas con los dedos. —eran más importantes que pasar el cumpleaños con tu familia y amigos, ¿no?

—Ah, sí. Lo olvidé por completo, Lidia. —dijo despreocupado. —Mañana es Sábado, podemos hacerlo de nuevo. Siempre haces una tormenta en un vaso de agua. —intentó dar la vuelta y casi se tropieza.

—¿Qué te pasa, Sebastián? —le dije harta. —No entiendo el por qué de tus actitudes egoístas.

—¿Egoísta? —repitió con diversión y no pude más. Me solté a llorar sin control, mi garganta dolía de haberme aguantado tanto tiempo.

—¡Sí! ¡Eres un puto egoísta de mierda! —le grité con todas mis fuerzas. —¡Solamente piensas en ti y no te preocupa si nosotros estamos o bien o si te necesitamos!

—No hagas drama, por favor...

—¡¿Es en serio?! —me acerqué a él y le di un golpe en el pecho. —No me digas que no haga drama cuando no sabes por lo que he pasado últimamente. —me tomé el pelo y respiré profundo. —¡Acabo de perder mi empleo por tu puta culpa!

—¿Y yo que tengo qué ver? —seguía diciendo despreocupado.

Cerré los ojos para evitar estrellar mi puño sobre su cara. Mi labio temblaba y no de tristeza, sino de rabia. El pecho me dolía como era común ya en estos días. Creía que se debía al estrés, así que no le tomé mucha importancia pues pronto pasaría.

—Eres un imbécil, Sebastián. —di un paso hacia adelante y lo miré a los ojos. Sus pupilas dilatadas y la mirada que tenía me asustaban, pero me quedé ahí. —Prometiste que me ayudarías con los bebés mientras yo tenía esa entrevista.

—¿Y por qué no buscaste a alguien más? No soy la única persona. —alzó los hombros y quiso huir de nuevo, pero otra vez lo sostuve del brazo. —¡¿Ahora que mierda quieres?! ¡Joder! ¡Déjame en paz! —me dijo irritado y me empujó, haciéndome retroceder unos pasos.

—¿Qué mierda te pasa? —le dije con tristeza. —¿Por qué... —no terminé de hacer la pregunta por que un grito de su parte me hizo guardar silencio.

—¡Estoy harto! —escupió con rabia y me tomó del brazo. —Por eso no estoy más en la casa, los putos gritos y tus preguntas me tienen hasta la madre. ¿Contenta? —me soltó, dándome otro leve empujón.

Mis ojos se cristalizaron y las lágrimas no tardaron en bajar sin control por mis mejillas.

Ese no era el Sebastián que había conocido, en definitiva algo le estaba pasando y necesitaba saber qué era.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora