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𝑆𝑒𝑏𝑎𝑠𝑡𝑖𝑎́𝑛.

Odiaba el tráfico por las noches, eso fue lo que me había retrasado unos minutos. Resulta que justo por el área en que Gala vivía había aún más de lo normal.

Casi eran diez y media y seguramente Lidia estaba preocupada por no haberle llamado durante el día.

Maldije cuando las llaves de la casa se me resbalaron de las manos y cayeron sobre el césped. Las recogí con rapidez y corrí hacia la entrada para abrir la puerta y entrar de prisa.

Lo primero que ví al entrar, fueron un par de maletas en medio de la sala de estar. No quería hacer conclusiones sin saber qué era lo que estaba pasando, pero el pánico se apoderó de mí, obligándome a subir como un loco las escaleras.

Quizá la discusión que tuviste en la mañana le hizo darse cuenta que no quiere estar más contigo y por eso se va.

No, eso no podía ser posible. Había sido una discusión pequeña y le había prometido que trataría de mejorar.

Justo antes de abrir la puerta de nuestra recámara, una de las puertas de ese pasillo se abrió, dejándome ver a mi madre salir de la habitación de huéspedes. Había olvidado por completo que vendría a Alemania para ayudarnos cuando los bebés nacieran y darnos algunos consejos sobre lo que teníamos que hacer.

—Sebas, hijo. —se acercó a mí y me abrazó fuerte. No la había visto hace pocos meses y me ponía feliz el verla de nuevo. —Lidia dijo que por lo regular llegabas a las siete y ya son casi diez y media. ¿Todo bien? —quiso saber.


Nos separamos y fue ahí cuando me tranquilicé. Las maletas en la entrada no eran de Lidia, sino de mi madre.


—Me da mucho gusto que estés aquí, mamá.—le respondí. —Tuve una reunión con una amiga de la infancia, ¿Recuerdas a Gala Montes? —pregunté.


—¿Gala? ¿La que no podía pronunciar bien tu nombre y te decía Bash? —preguntó con diversión y asentí. —¿También vive aquí? —soltó con sorpresa.


—Sí, ella es la ginecóloga de Lidia. La encontré hoy cuando salí de mi partido y fuimos a comer para ponernos al tanto de nuestras vidas. —le conté.


—Me da mucho gusto, hijo. Quizá después me puedas dar su número para hablar con su madre. —pidió y asentí. —Ahora deberías de ir con Lidia, se estuvo sintiendo un poco mal.


—¿Ya está bien? —quise saber con cierta preocupación.


—Hace poco la fui a ver a la recámara y vi que ya estaba durmiendo. Me dijo que te llamó pero no respondiste. —comentó, dedicándome una mirada desaprobatoria. —No debes dejarla sola tanto tiempo, Sebas.


—Lo sé, lo siento. Te juro que no me di cuenta de la hora. —le dije apenado a mi madre. Me sentía como cuando era un niño y ella me regañaba por alguna travesura.


—Te entiendo, hijo. Ahora ve a descansar, ¿si? Yo también lo haré, el viaje fue muy largo y necesito dormir. —dejó un beso en mi mejilla y caminó hasta el cuarto de donde había salido minutos antes. —Descansa, mi niño.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora