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Lidia.


Mis pies se movían de prisa sobre suelo y mi corazón se aceleraba, no sabía si por la rapidez con la que iba o por los nervios que sentía en ese momento.

En mi cabeza se repetía lo que tenía pensado decirles a los directivos, pero estaba segura que se me olvidaría y terminaría improvisando.

Les había dicho que quería hablar con ellos sobre Sebastián y en parte era cierto, pues era un problema que lo involucraba. Pero también aprovecharía para contar sobre lo que Hanna había estado haciendo y así tomaran cartas en el asunto.

Logré entrar con el gafete que tenía y unos guardias me guiaron hasta las oficinas. Aún faltaban algunas horas para el partido, así que no había gente ni jugadores.

Cuando estuve frente a la puerta, mis manos temblaron y por un segundo pensé en dar la vuelta e irme, pero el recordar a Sebastián drogado hizo que me mantuviera firme. Así que di un paso y abrí la puerta, pues ya me estaban esperando.

Pude ver al presidente del club,y también padre de Hanna, Reinhard Rauball. Él parecía inmerso en sus asuntos y no me miró cuando entré. Tenía el pelo totalmente blanco y unos anteojos cuadrados, haciéndolo lucir intimidante. Parecía tener 70 años por lo menos. A su lado estaba el técnico Marco Rose, quien me invitó a sentarme señalando el asiento de cuero negro.

—Y bien, ¿Qué es lo que pasa con Sebastián? —soltó Reinhard, mirándome por encima de la computadora que tenía enfrente. Su español era perfecto. —Espero que vuelva pronto, no quiero que pierda condición.

Apreté los puños a mis costados y mordí mis labios debido al enojo que me causó su comentario.

¿Cómo eso era lo único que le preocupaba? Ahora tenía en claro que los jugadores no le interesaban en lo absoluto. Fácilmente pudo haberme preguntado por su salud y claramente, no lo hizo.

—Él no está bien. —le dije con una pizca de molestia en mi voz. —Y de eso quería hablarles.

El técnico, Marco Rose, me miró con intriga y se sentó junto a mí. Él lucia comprensivo a diferencia del otro.

—¿A qué te refieres con eso? —quiso saber.

—Lo que voy a decirles es grave, pero necesito que oigan la historia completa. —les pedí a ambos, haciendo que Rauball quitara la vista de la computadora y ahora estuviera sobre mí. Su mirada era penetrante, pero no me dejé intimidar en ningún momento.

—Te escuchamos. —soltó, cruzándose de brazos.

Miré a Marco y me dedicó un asentimiento de cabeza, dándole paso a mi discurso. Tomé una respiración profunda y pasé saliva discretamente.

—Hace unos meses descubrí que Sebastián consumía drogas. —Rauball se acomodó sobre su asiento y la cara de molestia era evidente. En cambio, Marco parecía estar recordando algo.

—¿Estás consciente de que al decirnos esto, nosotros podemos echar a Sebastián del equipo? —me dijo serio. —Su carrera quedaría arruinada y ni aquí ni en México querrían a un jugador drogadicto. —se recargo con brusquedad sobre el respaldo de su asiento y bufó con molestia.

Me mordí los labios en un intento de no lanzarme sobre él y decirle lo egoísta que era por no preocuparse por la integridad de sus jugadores. En cambio, me acomodé sobre mi asiento y sacudí una pelusa imaginaria de mi pantalón.

—Le pido que antes de tomar una decisión oiga la historia completa. Hay más de una persona involucrada y usted también saldría perjudicado. —intenté que no sonara a chantaje, pero al parecer él lo tomó así.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora