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Sebastián.


El vuelo a México había sido cansado, ya que tuvimos que hacer algunas escalas. Por suerte Gala viajó conmigo y ella hizo el tiempo más ameno. En definitiva era una buena compañía, pero no podía evitar pensar en Lidia ni en mis hijos porque los extrañaba demasiado. Solo contaba las horas para verlos y abrazarlos.


Apenas bajamos de la camioneta de Gala, saqué con rapidez las maletas que había traído y corrí hasta la entrada de la casa de los padres de Lidia. Mi corazón esperaba ansioso que la puerta fuese abierta por la mujer que provocaba estos latidos apresurados.

La puerta se abrió rápidamente y quien apareció no fue Lidia, si no Maricela, mi suegra. Sin embargo, la sonrisa de mi rostro no desapareció, pues me daba alegría verla después de mucho tiempo. Así que la abracé fuerte y besé su mejilla cuando nos separamos.


—Que gusto verte, Sebas. —me dijo mientras me abrazaba.

—Me da gusto verte también, Maricela. —respondí, separándome de ella y mirándola a los ojos. Mi suegra me sonrió.

—Me alegra saber que mi hija tendrá un poquito de paz con todo esto que está pasando. —me dijo en voz bajita.


—Yo también la necesitaba a ella para sentirme y estar en paz. —le aseguré. —Por cierto, ¿dónde está? —pregunté ansioso, espiando por encima de sus hombros.


—Está en el cuarto con su papá. Ya sabes, no se ha querido separar de él. —decía mientras se hacía a un lado para dejarme pasar. A punto de poner un pie dentro de la casa, recordé que había dejado a Gala con todas las maletas y giré rápidamente a verla. -
—¿Qué pasa? ¿Ya no quieres entrar? —la voz de Maricela me hizo volver mi vista hacia ella y reír mientras negaba.


—No es eso. —le aseguré. —Vengo con Gala y la dejé atrás con algunas maletas. Iré a ayudarla y en un momento entro. —informé.


—Yo puedo ayudarla, no te preocupes. —ofreció. —Tú entra y haz sonreír a mí hija por unos minutos. —sus labios se juntaron para formar una leve sonrisa y asentí.


—Yo traté de no traer muchas maletas, pero Gala no me ayudó con eso. No entiendo a las mujeres. —bromeé cuando comenzó a caminar hacia la camioneta y la vi negar divertida.


Giré hacia la puerta abierta y volví a respirar profundo antes de cruzarla. Con cada paso que daba, la suave voz de Lidia se hacía presente en mis oídos, el corazón comenzó a latir de prisa y no pude evitar sonreír al verla de espaldas sentada en la orilla de la cama de su padre.

Hablaban sobre algún tema que no lograba oír del todo.

Gilberto fue el primero en notar mi presencia y le dediqué una sonrisa cálida. No iba a mentir, algo en mí se encogió al verlo así. Sus ojos lucían cansados y unas ojeras casi negras lo delataban más: estaba sufriendo. No era extraño verlo sin cabello, pues en videollamadas anteriores lo había visto ya de esa forma.


—Tienes visitas, hija. —le dijo, haciendo que Lidia volteara de prisa y fue entonces que descubrí la falta que me había hecho. Nuestra miradas se cruzaron y ella se levantó de la cama lentamente.

𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 ➳𝑺𝒆𝒃𝒂𝒔𝒕𝒊𝒂́𝒏 𝑪𝒐́𝒓𝒅𝒐𝒗𝒂 #𝟐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora