Caos Perfecto

18

Capítulo 18

Ryder Evans. Hace 2 años

—Oh por Dios ¿Ese es Ryder Evans?

—¡Qué guapo!

—¡Hazme tres hijos!

—Lo amo.

Seguí caminando por el pasillo del instituto ignorando esos comentarios molestos. A diferencia de Thaniel, yo odiaba la atención.

Las chicas estaban a mis pies mientras que los chicos me tenían miedo por mis problemas de violencia. Pero últimamente hacía un esfuerzo por controlarme.

¿Por qué estaba estudiando en el instituto con 18 años? La respuesta es muy simple:

A los 12 Thaniel me pegó la cabeza con una piedra y estuve en el hospital. Por ese motivo me retrasé. No crean que ese es el motivo de mis rarezas, porque yo era así desde que nací.

Entré a mi salón y estaba vacío, solo había una profesora sentada detrás de su escritorio. Me acerqué a ella y le hablé.

—¿Cómo salí en los últimos exámenes?— ella me miró y sonrió.

—Evans, buenos días. Sacaste 10 en ambos.

—Vaya, he estado mejorando.

—Así es. ¿Ya sabes a cuál universidad te vas a postular?

—Ninguna.

—Evans, he notado que en ti ha despertado cierta curiosidad por la literatura.

—No es su asunto.

—Puedes estudiar esa carrera.

—Mis padres necesitan mi ayuda con las empresas y en... todo eso.

—Eres muy inteligente, Evans. Podrás lograr lo que quieras, estoy segura.

—Okey— me di la vuelta para tomar asiento en mi lugar, pero me devolví hacia la profesora, quien seguía mirándome—. Gracias.

—De nada.

Me senté en mi lugar justo al lado de la enorme ventana. Desde ahí podía ver a una chica sentada en las gradas de la cancha.

Pude ver perfectamente como brotaba sangre de una de sus rodillas. Supuse que se había caído corriendo o algo así.

Me acomodé en mi asiento y traté de ignorarla, pero no podía. Sentía la absurda necesidad de ir a ayudarla.

Odiaba esa maldita sensación.

Sin decir nada me levanté y salí del salón. Luego de caminar por todo el instituto llegué a las gradas y me senté a su lado. Ella volteo hacia mí y parecía un poco sorprendida.

Giré la mochila que descansaba en mis hombros hacia adelante. Busqué entre mis cosas un pequeño paquete de curitas, saqué una y la puse con cuidado en la rodilla que le sangraba.

Volví a guardar el paquete en el bolso y me levanté, pero su voz me detuvo e hizo girar hacia ella.

—Gracias.