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Capítulo 1

Abrí la puerta de mi habitación y ahí estaba él, sus ojos verdes me miraron con picardía y esbozó una sonrisa. Él me gustaba, y mucho, pero... no estaba enamorada. Sin embargo, en ese momento estaba muy ansiosa y él lo sabía, así que su primer impulso fue entrar rápido al cuarto, cerrar la puerta, acorralarme contra ella y apretar mi cuello.

-Muy buena idea eso de insinuarme por la ventana- le dije sonriendo.

Lo había visto en el jardín, fumando un cigarrillo mientras su vista no se despegaba de mi ventana, y se me ocurrió la brillante idea de provocarlo subiendo mi blusa.

-Te aseguro que dolerá.

-Me gusta el dolor.

-Tienes fetiches muy raros- soltó una risa.

Quitó la mano de mi cuello para literalmente arrancar mi blusa y mi pantalón. Cuando me quedé en ropa interior me dejó suavemente sobre la cama, luego llevó mis manos arriba de mi cabeza y las amarró con su cinturón luego de quitárselo... no sabía cómo había hecho eso... pero así era todo con Clyde, realmente impactante.

-Ni las manos puedes meter- volvió a sonreír, pero esta vez de forma maliciosa.

-No necesito mis manos.

-Tienes razón. No sabes cuánto me gusta tenerte dominada.

La verdad yo solía tener un carácter fuerte, pero cuando hablábamos de momentos calientes... era el ser más sumiso que podía existir sobre la tierra.

-Soy tuya.

-¿Por qué me dices algo que ya sé?

Continuamente me dio una pequeña bofetada, y después de eso me quitó mi panti para empezar a rozarme con sus dedos. Que por cierto, cargaba anillos en cada uno de ellos.

Yo solo estaba desesperada por sentirlo dentro de mí, pero a Clyde le gustaba disfrutar cada momento, ir con calma, relajarse en el proceso, y luego desquitarse haciéndolo de la forma más dura posible.

-Voy a introducir mis dedos, Arlene, y más te vale gemir o me tocará castigarte.

Y entonces, sentí como movía dos de sus dedos dentro de mí, sentía el frío metal de los anillos y también como lo hacía de forma rápida y exquisita. Cada vez yo me iba mojando más, y él no dejaba de ver como sus dedos complacían mi zona íntima. Dios, no quería que eso se acabara.

Pero, me gustaba que me castigara, así que no hice ruido. Me tragué mis gemidos, aunque me costó porque lo único que quería hacer era gritar y gritar.

-¿No vas a gemir?- cuestionó con un tono molesto y yo negué con mi cabeza-. Muy bien.

Sacó sus dedos, jaló mis manos atadas hasta dejarme sentada en la cama, se bajó en pantalón junto al boxer y retrocedió un poco, fue entonces cuando comenzó a tocarse a sí mismo.

Él sabía que me gustaba verlo haciendo eso, y yo sabía que su intención era torturarme, porque no podía hacer mucho con las manos atadas. Aún así intenté quitarme el cinturón, pero no podía. Se me secó la garganta y me dieron unas ganas animales de arrodillarme y....

Caos PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora