Prologo

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Narrador omnipresente

Volvió a amarrar sus zapatos con luces rojas por quinta vez, sinceramente los cordones se desamarraban porque el pequeño Bastian pateaba contra las rocas del suelo y así provocar las luces en las suelas de sus zapatos.

— Mira, mamá. Brillan azules ahora— Bastian le mostró entusiasmado a su madre, nuevamente. María, su madre, se secó las lágrimas y le sonrió a su hijo.

— Hijo, ten más cuidado. Te resbalarás con el lodo, no puedo cargarte ahora, colabora.

— Quiero que brillen rojas — pateó el suelo varias veces, provocando que el vestido largo de su madre se manchara — Lo lamento, mamá.

— Ven aquí, corazón — su rostro se contrajo de dolor, su espalda estaba repleta de latigazos en carne viva, agarró a Bastian en sus brazos, tuvo que hacer de las suyas para que las bolsas no cayeran — Todo estará bien, hijo. Tú estarás bien — besó la frente de su hijo, las lágrimas en sus ojos cayeron al cerrarlos — Te amo.

— Mami, ¿por qué lloras? — Bastian lanzó un gemido lastimero y limpió con suavidad sus mejillas.

— A veces hay que soltar un poco de dolor a través del agua — siguió caminando, botó todo el aire que retenía y levantó el mentón.

— ¿Te duele algo? — Bastian inclinó la cabeza a un lado.

— No — su voz salió en un hilo de voz — Solo me duele saber lo muy rápido que estás creciendo — se tragó el nudo de garganta que la ahorcaba.

— Cuando crezca quiero ser como mi padre.

La madre asintió con su rostro lleno de lágrimas, le sonrió a Bastian mientras más se derramaban.

Ella tuvo que detenerse porque el dolor de su pecho la estaba matando, recordar a su compañero, al padre de su hijo y amor de su vida muerto, la estaba llevando al límite del dolor.

— Ya no llores mamá, me duele aquí — Bastian señaló su corazón.

— Ya no me verás más, hijo — acarició su mejilla y siguió avanzando.

Solo se tenían los dos mutuamente, al menos por pocos minutos, Bastian tendría a su mamá. Luego, ella debía irse y entregarse.

La monarquía los estaba buscando, toda la manada buscaba la cabeza del hijo y su madre. Servían más muertos que vivos.

Su compañero se había sacrificado para que ellos pudieran escapar, debía hacer que Bastian llegara y que su muerte no haya sido en vano.

El camino se fue transformando del pasto más verde y brillante que jamás hayan visto, los colores chillosos llenaron su campo de visión.

Enormes hojas se movieron para darle paso al paraíso de flores danzantes en los pastizales, mariposas y pájaros volaron por todo el lugar.

Había luces doradas frotando por el lugar y los árboles de extraña figura y color silbaban.

A ambos les sacó una sonrisa, Bastian rio cuando una libélula se posó en su frente.

Pasaron por unos matorrales rosados que se movían en hondas, el lugar tenía un olor agradable para los dos.

Todo era completamente precioso.

Los que habían visitado los palacios de las hadas tenían razón, eran los lugares más hermosos en la faz de la tierra.

— Mira, mamá — Bastian señaló al castillo que se elevaba por los cielos — Se parece a casa.

— Es más pequeño — los dos se miraron y rieron. Su madre lo atrajo a su pecho, dejó un beso en su cabeza.

EncantadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora