¿Por qué a ella?

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(Sherlock P.O.V)
Había decidido tomar el camino que estaba más a la derecha, los demás sabrían arreglárselas sin mí.
Corrí y corrí como si me fuera la vida en ello, buscando inútilmente al hombre al que se la debía.
Subí y bajé escaleras, me tropecé y me caí varias veces, pero me sobrepuse y me levanté otras tantas.
Al cabo de un rato, conseguí llegar a lo que parecía ser una sala blindada. Por curiosidad me acerqué a una pared para escuchar a través de sus paredes. Oí gritos.
- ¡Déjame salir! ¡Suéltame, maldito bastardo!- decía.
Esa expresión... Aunque la voz se oyera distorsionada, sabía que era la que quería oír.
- Papá...- pensé- allá voy.
Comencé a examinar la puerta, y al cabo de unos minutos había diseñado un sencillo mecanismo para desatrancarla. Rogué a lo que fuera que hay arriba que mi padre estuviera separado de la puerta, o iba a volar por los aires.
Accioné el mecanismo y me aparté de la puerta lo suficiente. La vi estallar y reducirse a escombros. Tras comprobar que era seguro acercarse, entré a la sala. Estaba perfectamente equipada y amueblada, a mi padre no le faltaba nada. Al principio adoptó una posición defensiva, pero al ver que era yo se acercó, afablemente, y me dio una abrazo del que rápidamente me deshice, pues me incomodaba.
- Bien hijo, bien- me felicitó mi padre.
- Gracias- respondí- pero queda...media hora para que este edificio se venga abajo, y necesitamos reunirnos con mis compañeros.
Mi padre me hizo una seña de que lo había captado y juntos nos encaminamos por los oscuros pasillos.
Al poco tiempo de haber comenzado a andar encontramos a John, que estaba muy desorientado. Después de explicarle lo que había pasado, seguimos andando. Los minutos pasaban y Emma y Lestrade no aparecían.
En un momento dado entramos en una pasillo horrible, todo gritos y sufrimiento. Había rituales de satanismo, cámaras de tortura, incluso allí había una mujer encadenada a la que iban a comenzar a latigar... Espera un momento. Volví a la sala de la mujer y vi como esta se retorcía de dolor mientras el hombre que le daba latigazos reía y contaba.
- Uno... Dos...- se carcajeaba.
En otra esquina, pude observar a un hombre que parecía esperar su turno para recibir los latigazos.
No pude aguantar la penuria de ella y, sigilosamente, me deslicé al lado del hombre que sostenía el látigo sin que nadie se diera cuenta.
- Suéltala- pedí calmadamente, mientras sacaba mi pistola y apuntaba a su cabeza.
Inmediatamente, el látigo cayó al suelo. Pero no era suficiente.
Con suavidad, apreté el gatillo y oí, sin remordimientos, como una bala atravesaba el cerebro del hombre.
Pero nadie nunca le haría daño y saldría impune. No a mi Emma.

Sherlock Holmes y las cien puertas (Sherlock BBC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora