Caroline una mañana insistió en acompañarme a la oficina. Yo no quería. No la quería cerca cuando se trataba de trabajo, porque me distraía y lo hacía con gran facilidad, aun así, me aseguró que solo sería un rato. Estaba hablando por teléfono con Ezequiel mientras la observaba caminar por el despacho. Iba enfundada en unos vaqueros pitillo, que hacía que se le marcase su maravilloso trasero y una blusa fina blanca. Era increíble, pero le sentaba tan bien ese color. Ella me miraba y me observaba con atención a la vez que yo escuchaba a mi hombre, o al menos, fingía que le escuchaba… Repasé su cuerpo con detenimiento y ella rio al percatarse de que, efectivamente, había sucumbido.
Bufé con malestar y giré mi sillón con la sana intención de perderla de vista unos segundos, pero la enorme cristalera era traicionera y me mostraba su reflejo. Pincé el puente de la nariz con mis dedos y me concentré en Ezequiel, quien me confirmaba que ya estaban buscando a Liam. Al parecer, la última vez que le vieron, se encontraba en España, más concretamente en Madrid. Le metí presión. Le quería en New York y le quería en mi jodido almacén cuanto antes. No quería, ni podía permitir, que él u otro de sus secuaces, se acercase a Caroline.
Estaba concentrado en sus escuetas respuestas cuando escuché un papel rasgándose. ¿Qué cojones era eso? Volví a girarme. De pronto, la vi sentada en el sofá, con un periódico entre sus manos y tirando con cuidado de una de las esquinas del mismo. Carraspeé, me miró e inmediatamente me pidió perdón juntando las palmas de las manos frente a su pecho. No obstante, ella prosiguió con su ardua tarea. Clavó la yema de sus dedos en aquel débil papel y continuó sesgándolo, realizando un pequeño rectángulo. Tras colgar, me levanté y caminé hasta ponerme a su lado.
—Cariño… —espeté curioso —, ¿se puede saber qué haces?
—Cielo, estás guapísimo —respondió enseñándome lo que escondía aquel recorte —. No pude resistirme.
Incrédulo lo revise. Era una nota donde se hablaba del coche bomba que colocaron en mis oficinas hacía unos días, pero ella se había dedicado a recortar minuciosamente una fotografía mía que acompañaba el reportaje. Sin poderlo evitar rompí a reír. Se levantó animada y guardó la fotografía en su bolso. ¿De verdad había hecho todo aquello para llevársela?
—¿Para qué la quieres?
—Ahora te llevaré conmigo a todos lados… — Continué riendo y ella se acercó coqueta —. Eres un gentleman muy atractivo. ¿Te lo habían dicho alguna vez?
—Alguna —indiqué con sorna —. ¿Qué más soy?
La rodeé entre mis brazos y la pegué a mí con esa posesividad que me caracterizaba. ¡Me estaba distrayendo nuevamente! Su mano se deslizó hasta palpar mi paquete. ¡Me calentaba! ¡Me distraía y me calentaba a partes iguales! Maravillado con el brillo de sus ojos, barajé la posibilidad de sentarla en mi escritorio y follármela, sin importarme que Jules, mi secretaria, nos pudiese escuchar. En cambio, esos planes se vieron truncados cuando escuché la molesta voz de Jordan al otro lado…
—¿Puedo pasar? —preguntó sorprendentemente tronando sus nudillos contra la puerta.
—Maldita sea Jordan, márchate —bramé de manera contundente.
—¿No piensas abrirle la puerta al Action Man?
Me sonrió y como pudo, deshaciéndose de mi agarre, se encaminó para darle la bienvenida a Jordan. ¡Joder! ¿Desde cuándo él llamaba a la puerta? Y peor aún, ¿desde cuándo Caroline le anteponía a nosotros? Cuando le vi al otro lado, bufé. De su brazo iba Jennifer que de manera confidente se saludó con la otra mujer. Me alejé de allí cuanto antes, me refugié al otro lado del escritorio y observé a mi mujer. Sonreía, tocaba a Jennifer y se reía como nunca. Mi hermano se adelantó, avanzó hasta posicionarse frente a mí y con una contundente sonrisa bromeó:
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Cedric - El Diablo de New York | Erótica + 21 Completa ✅
RomanceOscuridad. Destrucción. Sexo. Muerte. Estas cuatro palabras definían mi vida. A decir verdad, eran las únicas que podían representarme. No soy el caballero de brillante armadura, ni pretendo serlo. Me identifico más con el villano de la HISTORIA. Sí...