Capítulo 51

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Una vez que accedimos al pent-house, me desnudé, dejándome únicamente el bóxer y me introduje en la cama. Caroline me observó obnubilada y también preocupada. Cerré los ojos durante unos instantes y tomé una gran bocanada de aire. Los moratones en gran medida habían desaparecido, pero la herida del costado aún se resentía. El dolor no era equivalente ni una décima parte, al que sentí cuando me desperté en aquella cama de hospital, sin embargo, debía reconocer que era un mal enfermo. Eso, o quizá deseaba que Caroline me mimase.

—Desnúdate y métete en la cama —ordené.

—Cielo, necesitas descansar.

—Cariño, obedéceme. Voy a castigarte, así que, quítate la ropa y mueve tu precioso culo hasta aquí.

—Duerme un rato.

—Tienes dos minutos para hacerme caso. No hagas que me tenga que levantar para hacerlo yo con mis propias manos.

Me miró, me retó con la mirada y esperé a que el tiempo avanzase. Totalmente relajado, murmuré:

—Te queda un minuto.

Ella bufó y finalmente comenzó a quitarse la ropa. ¿De verdad pensaba que podría ganarme? Se quitó la blusa, el sujetador y contemplé sus preciosos pechos mientras desabrochaba el botón y la cremallera del pantalón. A continuación, bajó la tela por debajo de sus glúteos y se sentó en la cama para descalzarse y continuar con su tarea. La di tiempo a que se deshiciera de la tela vaquera, pero sin tiempo para más, la sujeté por las caderas y la pegué a mí.

—Cariño, te has quedado sin tiempo.

Con un ágil movimiento, sujeté la fina tira de su tanga y tiré con todas mis fuerzas para arrancárselo. Ella entreabrió la boca acalorada y se restregó contra mí, buscando mi contacto. Con rapidez la rodeé entre mis brazos a la vez que me llenaba con su fragancia.

—¿Cuál va a ser mi castigo?

Dirigí mi mano a su entrepierna. Ella se estiró y abrió más sus muslos. Separé sus labios vaginales con mimo y rocé su clítoris. Lo acaricié maravillado y me dirigí a su húmeda entrada. Inmediatamente introduje un dedo, para a continuación, introducir un segundo.

—¡Oh! —gimió. 

—¿Quieres que siga?

—Sí, Cielo.

Me moví con esmero. La estimulé hasta que su cuerpo se contoneó, y en ese mismo instante, cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo, me detuve. Me tragué mi calentura y con un dolor de pelotas insoportable me tumbé bocarriba en la cama. Ella me miró confusa y se quejó. 

—¿En serio Cedric Lewis? ¡No me lo puedo creer!

La observé con gesto divertido y la abracé, pero… ¡Oh Señor! Ella estaba demasiado cabreada para dejarlo pasar. Se sentó en la cama y me miró esperando una explicación. Estaba dispuesto a seguir, pero quería hacerla sufrir un poco. Sin embargo, todo dio un giro inesperado. Ella tras levantarse de un pequeño salto, buscó en el cajón de su mesita y sacando su consolador gritó amenazante:

—¿Quieres jugar? ¡Juguemos todos!

Caminó decidida hacia uno de los sillones del dormitorio, lo giró hasta colocarlo frente a mí y con una gran maestría se sentó con una pierna a cada lado. ¡Joder! Tenía un precioso primer plano de ella. De pronto, escuché como el consolador comenzaba a vibrar y con deseo lo deslizó por su cuello, sus pechos, su vientre hasta que lo encauzó hacia aquel lugar exquisito. Ella se arqueó mientras emitía un gemido ensordecedor. ¡Brutal! Cuando quise reaccionar fui consciente de que mi mano palpaba mi pene y con necesidad comencé a acariciarme con suaves movimientos que me hicieron suspirar.

Cedric - El Diablo de New York | Erótica + 21 Completa ✅ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora