Capítulo 49

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A primera hora de la mañana, me senté en el despacho del pent-house. Hacía menos de veinticuatro horas que me habían dado el alta y aunque estaba molido, necesitaba ponerme al día. Demasiadas semanas eludiendo mis responsabilidades. Encendí el ordenador y me acomodé en el respaldo del sillón. Observé mis pintas y bufé. Quién lo diría y quien me ve… Llevaba un pantalón de pijama y una camiseta de media manga. Adiós al glamour. Jordan tenía razón, parecía un jodido mapamundi, y a pesar de que muchos de los golpes ya habían sanado, mi cuerpo se resentía. Mi primer movimiento, fue acceder a mi bandeja de correo electrónico. No me sorprendió ver que muchos de ellos estaban leídos y contestados. Sin duda, Mason y Jordan se habían encargado de eso. Aun así, los leí, quería enterarme de lo que acontecía en mi ciudad.

Leí con atención un email sobre el “Terra Blues”. Al parecer, mi hermano se había encargado de hacer lo que habíamos planeado y las obras del local de al lado ya habían comenzado. Según los plazos marcados, en poco más de treinta días, el nuevo bar lucirá más amplio y con un aspecto más juvenil. Por lo que veía, Jordan había decidido poner un pequeño escenario para ofrecer espectáculos en vivo. No me desagradaba la idea, es más, aplaudía su decisión. Algo distinto y diferente a mis otros locales podía marcar la diferencia.

Linda también me había escrito. La pobre estaba preocupada, llevaba un mes sin aparecer por el club y sin duda se había enterado de que estaba ingresado. Releí su correo hasta en dos ocasiones. Me aseguraba que todo estaba en orden por allí, Darwen estaba en su salsa y, ante todo, me pedía que me cuidase. Insistió en esto último y finalmente me confirmó que sabía que Caroline era la morena de ojos azules que me visitaba meses atrás. Inevitablemente sonreí. Su mensaje finalizaba solicitándome que me diese la oportunidad de disfrutar de la vida y que me dejase amar. Ella siempre me hacía pensar, la estimaba y la respondí en mi línea, con un escueto y cariñoso mensaje.

Ataviada con una de mis camisas, Caroline apareció por el umbral de la puerta. Me miró y tras lanzar un largo y extenso bostezo avanzó hasta mí. Una vez más, iba descalza. Desconocía cuantas veces le había solicitado que se calzase, pero a ella le encantaba retarme. Me eché son suavidad hacía atrás y con agilidad pasó una pierna a cada lado de mis muslos para sentarse a horcajadas. Acuné su precioso trasero en mis manos y sonrió con malicia.

—Cielo, ¿se puede saber qué haces aquí?

—Quiero mi beso de buenos días —solicité ansioso —. ¡Dámelo!

Enredó sus dedos en mi pelo y tiró con suavidad. Se meció juguetona, acercó sus labios a los míos y con suavidad los rozó con mimo. Intenté aproximarme para culminarlo, pero ella, de una manera bribona se echó hacía atrás. Literalmente, me había hecho la cobra. Gruñí con desesperación y estrujé sus nalgas con apremio. ¡Joder! La echaba de menos.

—Cariño, bésame —ordené.

—¿Y si no qué?

Sin más preocupaciones, la sujeté del rostro e hice eso que tanto le gustaba. Deslicé mi lengua por la comisura de sus labios y lamí su centro. Ambos nos estremecimos ante aquel suculento contacto.

—¡Bésame! —exigí.

Cerró los ojos y se aproximó a mí. Cuando sus labios tocaron los míos sentí tocar el cielo. ¡Maravilloso! ¡Apoteósico! ¡Monstruoso! Amasé su boca con posesividad, introduje mi lengua en su interior y la saboreé con delicia. Ella correspondió con la misma intensidad. Me besó con exigencia, con anhelo y con premura. Llevaba semanas sin tocarla, sin sentirla, sin besarla de aquella manera desenfrenada que me consumía. Su boca me demandaba, sus manos me buscaban y yo dispuesto a encontrarla la estrujé con fuerza contra mi dureza.

—Cielo… Para. No es el momento.

—Cariño, por ti saco las fuerzas de donde haga falta.

La coloqué sobre el borde de mi escritorio y abrí sus piernas. ¡Maldición! Estaba sin ropa interior y su vagina lucía completamente mojada. Relamí mis labios, arrastré la silla para arrimarme a su sexo y enseguida me deleité con su sabor. Placer, aquello era auténtico placer. Inconscientemente se abrió más para darme acceso total a su intimidad. Doblegada a mí, así la quería siempre. Con la ayuda de mis dedos, abrí sus labios vaginales y lamí su esencia. Se arqueó, jadeó y gimió excitada. Mi teléfono sonó y dispuesto a ignorarlo me centré en su clítoris hinchado. Colocó sus piernas sobre mis hombros y arrimó su cuerpo a mi boca. Me encantaba verla exigente. Cuando el ruido volvió a interrumpirnos, ella gruñó.

Cedric - El Diablo de New York | Erótica + 21 Completa ✅ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora