Rojarias.

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Andrea.

Andrea.

Despertar siempre era al extrañamente excepcional, un poco decepcionante y a la vez funcionaba como una especie de alivio para las personas que me rodeaban. En cuanto al panorama, siempre era el mismo, una especie de blanco desesperante que me gustaría arrancar con mis manos, el sonido de las máquinas que me recordaban que seguía acá, que había ganado otra de las tantas batallas que esta maldita enfermedad me había puesto.

Claramente, mi padre era quien estaba más afectado, decir que su niñita de apenas 26 años pudiera ser víctima de un sarcoma maligno y se negaba a solo admitir que en algún momento, todo esto se volvería insostenible para mi cuerpo.

Quizás sería bueno presentarme, para que sepan quien soy. Andrea Rojas, 26 años y llevo casi siete luchando contra un sarcoma de tejidos blandos; mi mejor amiga, Lena, fue quien lo descubrió, cuando estábamos haciendo otro de esos experimentos en el laboratorio de biotecnología de Luthor-Corp.

La muy cerebrito había creado un scanner a nivel celular que podía focalizar los problemas específicos que podía estar pasando en el cuerpo humano a nivel más pequeño. La idea de Lena fue abrir esto al mercado cuando tomara posesión de Luthor-Corp para ayudar a los médicos a prevenir de manera oportuna las diversas enfermedades que en ese entonces eran fatales por su tardío diagnóstico.

Recuerdo haberle dicho que nadie se atrevería a subirse a una máquina creada por la rebelde niñita Luthor, quien vestía de negro y le hacía rostros a cada uno de los inversionistas más importantes de su empresa. Ella me retó a subirme, me llamó gallina y apenas la puso la estúpida máquina en marcha, la imagen tomada de mi cuerpo se iluminó como si fuese un árbol de navidad en el día de noche buena.

—Tu máquina se ha roto, Luthor. — Lancé con una sonrisa ladina. — Creo que no resulta o le has puesto muchos colores que se han mezclado.

—Drea. — Recuerdo que dijo ella con los ojos tristes. — No creo que...

—Lena. — Corté de inmediato. — Es imposible que me sienta bien si todas esas cosas de color significan una anomalía a nivel celular. — Argumenté. — Tienes un intelecto más grande que el mío, deberías saberlo.

—De igual forma. — Susurró con cuidado, tomando mis manos con un dolor angustiante. — Hazte un chequeo completo y... y asegúrate de estar bien.

Esa fue la última vez que vi esa máquina, Lena se había negado a mostrársela a su hermano hasta que me hiciera el bendito chequeo. Ella misma fue quien me acompañó y estuvo tomando mi mano cuando me dijeron que tenía un sarcoma de tejidos blandos bastante avanzado, que tenía tumores alojados en los músculos, pulmones y riñones.

Había ganado, durante dos años se frenaron el crecimiento de los tumores que ya tenía, también habían terminado por extirpar el que estaba en mi pulmón. Sin embargo en el último año, habían encontrado otro que se había envuelto en mi aorta que cortaba el flujo de sangre a mi corazón.

Y ahora me estaba despertando de esta última intervención, así que, sorpresa, no había muerto.

—Cada vez que te despiertas tienes más cara de culo. — La voz de Lena llegó relajada y llena de alivio. — De hecho, creo que te han quitado la juventud.

—La juventud venia de mi tumor. — Le seguí la broma, dándole una sonrisa para que supiera que todo estaba bien. — En cambió tú, pareces como si alguien te hubiese tomado y te hubiese dado el revolcón del siglo, así como para romper una cama. — El sonrojo de mi mejor amiga fue casi tan revelador como su cara de pánico. — Ni siquiera tuviste la decencia de peinarte, Lena Luthor. Dile a tu rubia musculosa que la amiga moribunda gana a la calentura mañanera, que tenga algo de respeto la desgraciada.

One Shot SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora