Capítulo 24

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Abrí mis ojos con dolor al notar como un fuerte rayo de sol caía en mi rostro. Mis manos se dirigieron hacia los laterales de la cama, me alarmé en el momento en el que no sentí a alguien a mi lado. Parpadeé unas cuantas veces intentando recordar dónde demonios estaba y fue en ese instante en el que recordé todo; el bosque, Ava, la hoguera, Nicole, los dolores....Elizabeth.

¿Qué demonios eres, Elizabeth Edevane?

-¿Donde estoy?-pregunté para mi misma admirando todo a mi alrededor.

La habitación era enorme, demasiado para mi gusto. La protagonista del lugar sin duda era la cama; sus telas de seda, su color. Reflejaba dinero, eso no se le podía discutir. Pero como todo en este lugar, ante mi se encontraba un gran sofá verde, se notaba que estaba hecho a mano. Un sillón del mismo color le acompañaba a su lado, con una mesa pequeña con numerosos libros encima. Detrás de ellos, había un gran cuadro con pintura abstracta, que ni siquiera yo podía saber de lo que se trataba. A la derecha, se encontraba una enorme estantería llena, también, de cientos de libros, en los cuales no me importaría perderme si estuviera en otro momento. Y por último, la guinda del pastel, un gran ventanal dejaba ver las vistas de los altos árboles, que casi lograban arañar los cristales.

Un pequeño quejido salió por mi garganta al intentar incorporarme. Suspiré con recelo e incapaz de hacerlo, volví a tumbarme en la cama. Acaricie mis párpados con los dedos, intentando quitar el tan pesado sueño que aún tenía y fue en ese momento en el que me di cuenta de que la palma de mi mano izquierda estaba cubierta con una gran gasa.

-¡Ahh!-grité al intentar quitarla, pero me vi obligada a colocarla de nuevo nada mas ver como unas gotas de sangre caían sobre mi pecho.

¿Mi pecho? Quité con rapidez la poca sangre que había caído con una de las sabanas. ¿Por qué demonios no llevaba camiseta? ¿Dónde estaba mi sudadera? ¿Dónde estaba mi ropa? ¿Por qué solo llevaba mi pantalón y sujetador? ¿Dónde demonios estoy?

Mi corazón comenzó a palpitar con rapidez ante tal magnitud de preguntas. ¿No puedo estar muerta, verdad? Esto no puede ser lo que haya después de la muerte.

-Veo que ya estás despierta.-me asusté al oír esa voz tan familiar.

No había parado a pensar en donde estaba la puerta, pero me sorprendí al descubrir que estaba escondida entre la estantería de libros. ¿Acaso estaba en un cuarto secreto?

-¿Chloe?-me llamó logrando que dejara de pensar en esa tontería.

-No te acerques.-intenté alejarme lo más posible de ella, mala idea.-Ahh.-me queje al notar un fuerte pinchazo en mi espalda, lo que me obligó a caer, de nuevo, en la cama.

-Déjame ayudarte, por favor.-pidió con delicadeza. En sus manos portaba una bandeja llena de vendas e instrumentos médicos.

-He dicho que no te acerques.-me dio igual, no iba a permanecer más tiempo en este lugar. Por lo que aguantándome el dolor, quité las sábanas que me cubrían y me incorporé. Muy mala idea, no pude dar ni dos pasos ya que mis rodillas ya estaban tocando el suelo de la caída.

-Por favor.-volvió a pedir en cuanto llego a mi lado.-Chloe.-me llamó logrando que nuestros ojos se conectaran.

-¿Qué me has hecho?-unas lágrimas salieron de mis ojos al notarme tan débil.

Sus manos subieron a mis rostro y con cuidado limpio esas gotas salientes.

-No era mi intención.-susurró acariciándome las mejillas.-No sabes cuanto lo siento.

-Por favor...-mis palabras cesaron al notar un pequeño mareo.-Déjame.-susurre apenas audiblemente.

-Estás muy débil.-colocó sus manos en mi cintura y con un poco de fuerza logró sentarme de nuevo en la cama.-Tengo que curarte.-desapareció un momento de mi vista.

-¡No!-grité al ver como se acercaba con algo muy puntiagudo.-¡No me toques!-volví a gritar pero lo único que logré fue que mi vista diera aún más vueltas. Caí de golpe en la cama a la vez en el que mi vista comenzó a nublarse.-¿Qu...qué me has hecho?-susurre con dolor.

Un pequeño sollozo salió por su parte. No pasó nada en los segundos siguientes, ningún ruido, ningún movimiento. Y cuando pensaba que se había ido, algo logró cambiar mi opinión.

-¡Ahh!-grité con toda mi alma nada más notar como lo que me había inyectado empezaba a quemar mi interior. Apreté mis manos con dolor, mi espalda se curvó de tal forma que ni siquiera tocaba la cama, mi cabeza iba a explotar de un momento a otro.

-Shh, shh.-pude notar como su mano acariciaba mi frente.-Tranquila.

-¡Dejam...-cesé en el instante en el que unas gotas de ese tan preciado líquido cayeron sobre mis labios.

Mis manos, con rapidez, se dirigieron hacia su fuente. No tardé mucho en darme cuenta de que se trataba de la palma de su mano y de que se había cortado con alguna clase de cuchillo. Clavé mis colmillos con necesidad en su piel, su sangre no tardó mucho en cubrir cada parte de mi boca y garganta.

¿Cómo podía estar tan deliciosa? Era como un manjar de otro mundo, de otra especie. Era algo tan familiar como la vida misma. ¿Cómo se podía parecer tanto?

La fuerza llegó a mi cuerpo y con eso la debilidad se fue por completo. En un abrir y cerrar de ojos, sin pensarlo, ya estaba encima de ella con ambas piernas a cada lado de su cuerpo. De su mano se escapaban pequeñas gotas que acababan en su cuello que palpitaba con necesidad. Su pecho subía y bajaba con rapidez, con pesadez. Anclé más mis colmillos con necesidad, con desesperación.

-Ch_Chloe.-su voz logró sacarme de mis cavilaciones.

Mis ojos dieron con los suyos. Me veía con pena, con delicadeza; como si me fuera a romper en algún momento. Su tono de piel había bajado unos cuantos tonos. Con lentitud aparté su mano de mi boca, dejándome así con unas ganas inmensas de consumir más de ese suculento líquido.

Su sonrisa apareció de la nada, obligándome a bajar mi vista a sus labios. Volví a cerrar los ojos al notar como algunas gotas habían logrado caer sobre esa parte de su piel.

Me concentré en mi respiración, pero me fue imposible al recordar la suya minutos atrás. Como su pecho manchado de sangre subía y bajaba con rapidez. Como mis colmillos estaban incrustados en su piel, en su alma.

Una caricia en mi mejilla izquierda, hizo que abriera con lentitud los ojos. Nada más hacerlo, dieron con los suyos, pero estaba mucho más cerca de cómo la recordaba. No sé en qué momento se había incorporado, pero lo había hecho de tal forma que su rostro había quedado a centímetros del mío.

-No debía haber hecho eso.-susurré bajando mis ojos a sus labios aún manchados de sangre.

-Tranquila.-cerré los ojos ante su toque en mi mejilla.-Tenías que hacerlo y yo quería que lo hicieras.

De un momento a otro me rodeó con sus brazos en un abrazo que no pasó indiferente por mi parte. Su respiración se había calmado, al contrario que la mía, la cual aún seguía intentando calmarse. Tragué en seco al darme cuenta de que ella misma había dirigido mi rostro hasta su cuello.

-¿Qué me has hecho?-pregunté exaltada.

-He intervenido en tu conversión.-susurró acariciándome la espalda.

-¿Mi...mi conversión?

-A mujer loba.-me altere en el instante en el que ese comentario llegó a mis oídos.

-¿Qué...-no pude terminar de preguntar.

Aspiré su olor y algo cambió. Logré calmarme por completo, mi respiración se calmó, al igual que mi corazón. Pero algo más grande había cambiado, algo en mi interior. Algo que me era tan familiar y que ni siquiera podía controlarlo.

Algo fuera de mis límites como persona.

¿Quién demonios eres, Elizabeth Edevane?



Nada tiene sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora