|Prólogo: Peces y humanos|

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"La niñez es sinónimo de inocencia. Aquella que nos proporciona ser simplemente únicos y transparentes; además de, reír sin control aunque sea un día lluvioso que haga quedarnos en casa".

"Aunque como todo, también puede jugarnos una mala pasada. Conviviendo con ella es casi imposible enfrentarnos a algo. Solo somos presas antes de ser devoradas por un tifón de odio, que se limita a sentir emociones que no sabe expresar con palabras. Cuando somos niños apenas nos entienden. Solo somos inocentes e incomprendidos, que en ocasiones, ni el tiempo nos ayuda. Viviendo así una constante monotonía llena de mierdas que poco a poco vamos nombrando".

"Crecer nos destruye, y no podemos hacer nada para cambiarlo. Simplemente seguir creciendo y avanzando".

"Al ser niños somos curiosos. Pequeños exploradores en un mundo humanizado".

"Nos gusta mirar el cielo y sus diferentes metamorfosis, los rascacielos, los perros, el amor que envuelve nuestro hogar, el sabor de nuestro helado favorito, la música con la que crecemos... En resumen: nos gusta todo, porque nos gusta divertirnos sin saber qué es lo que hacemos y no hacemos. Nos divertimos sin etiquetas".

"Los peces son seres raros. Nadan, saltan, saben esquivar redes —no todos lo logran— , y cuando sus corazones dejan de latir, sencillamente mueren".

"Algunos son presos siendo inocentes, y otros son libres siendo culpables".

"Algunos quedan atrapados en la mierda que tiramos y les otorgan ayuda. Otros simplemente no la reciben, o solo la niegan. Y otros, solo son libres".

"Hay diferentes estatus en aquel reino. La ley del más fuerte es la que predomina pero realmente todos son depredadores y presas porque por encima de ellos nos encontramos nosotros".

"Y encima de nosotros, ¿Quién se encuentra? Nadie. Nosotros somos nuestros propios monstruos y héroes".

"Nosotros somos la tormenta y el arcoiris... Nosotros solo somos humanos".

"Crecer es una mierda, pero no somos Peter Pan para dejar de hacerlo. No existe Nunca Jamás. El tiempo huye y nosotros lo hacemos con él"...

—De nuevo viendo este estupido programa, Atenea —Cuestionó el joven cobrizo rodeando el sofá y sentándose al lado de su hermana pequeña. Agarró el mando de la televisión, y comenzó hablar con la pequeña niña—... Entiendo que te pueda llamar la atención este programa pero, comprende que no es para tu edad.

—Yo quiero seguir viendo esto—replicó con seriedad Atenea mirando con atención a su hermano, el cual, la miraba con una tímida sonrisa—, estaba guay.

—No prefieres ver, yo que sé, ¿alguna película de Disney? —pasó su brazo derecho por detrás de la cobrizo, obligándole apoyar la cabeza en su brazo— Podemos decir a papá y a mamá de volver a ver Nemo esta noche.

—No. Dame el mando, hermanito —ella estiró el brazo intentando agarrar el objeto, pero Rhys fue más rápido para esquivarlo mientras reía de la infanta.

Rhys negó con la cabeza, provocando que la pequeña niña estallara de la rabia y comenzara a golpear el brazo de su hermano. Entonces el joven cobrizo, irritado, apagó la televisión. Dejando así, el pequeño control sobre la pequeña mesa que se encontraba en el salón.

—Atenea, si lo agarras —señaló frunciendo el ceño con enfado—, te quedas sin cenar está noche.

—Vale.

La pequeña niña, entristecida, se marchó de la sala dirigiéndose a la planta de arriba, donde se encontraban las habitaciones. Rhys, se quedó allí algo preocupado por el estado de su hermana, y tras reflexionar unos segundos, subió detrás de ella.

—Lo siento, Atenea —se disculpó detrás de la puerta, mientras escuchaba a su hermana sollozar— ¿Puedes abrirme?

—No quiero —aún enfada, permanecía abrazada a su peluche del pequeño pez de color naranja—. Vete, y déjame en paz.

—Atenea... Si no me abres la puerta, de verdad que no vas a cenar. ¿Y sabes que hay hoy?

—No. ¿Qué hay?!

—Albóndigas en salsa de mamá —y tras decir aquello, Rhys esperó apoyado en la pared a que abriera la puerta. Sabía que su hermana no se resistiría.

Y de repente, la puerta se abrió. Dejando ver la silueta de una niña algo arrepentida por golpear a la persona que ahora la abrazaba.

Pedón hermanito —con inocencia y cariño se rindió, rodeando con sus diminutos brazos al joven cobrizo—. No lo volveré hacer más.

—No pasa nada, Atenea —esbozó una sonrisa, permaneciendo atrapado entre unos brazos que tanto quería— . Estás pedonada.

(...)

Agarrados de la mano, bajaron la escalera tras oír que su madre los llamaba.

—Me gustaría saber, ¿Por qué te gusta tanto ese programa lleno de tonterías?

—Porque me gusta aprender cosas.

—¿Y qué cosas has aprendido hoy?

—He aprendido que los humanos nos parecemos demasiado a los peces.

Fuera de mi peceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora