<Atenea>
Y tras notar aquel golpe, todo se volvió oscuro. Ya no escuchaba las voces de mamá, ni las lágrimas de mi padre... Ni tan siquiera su respiración.
De repente, noté algo suave rozar mi piel, y por su tacto, diría que era hierba que crecía a mi alrededor. Miré hacía arriba, al cielo estrellado y vi que apenas proyectaba luz, recordándome así a los días de tormenta, donde era imposible diferenciar algo de la realidad y de la lluvia en forma de cortina.
Distinguía simples siluetas de lo que parecían ser pinos gigantescos que eran movidos por el viento que chocaba contra mi piel.
Estaba aterrorizada. El miedo me atrapa a cada paso que daba, avanzando sin más por el camino que dibujaban la serie de árboles. A más me acercaba a ellos, más me daba cuenta que era diminuta.
Me paré en medio de la nada y giré sobre mí misma. Todo era extraño. Apenas recordaba haber estado en aquel lugar antes, así que me encontraba perdida oficialmente, y solo me quedaba seguir avanzando hasta llegar a algún lugar.
El paisaje era un bosque frondoso, y yo, me encontraba en medio de este. Me encontraba en el ojo de la locura.
Hacía frío. Mucho frío. Por ende, me abracé a mi misma, acariciando mi abrigo liso de color camel, notando así algo de calor en mi cuerpo.
Me quedé en silencio, sin apenas respirar alto. Quería presenciar aquella tranquilidad ahora que el viento había amainado. Pero como todo, también llegué a un límite y me estaba ansiando por ello.
—¡Mamá! —grité a los cuatro vientos, recibiendo como respuesta más silencio— ¡Papá! —volví a gritar, algo más desesperada.
El crujido de una rama logró asustarme una vez más, y sin pensarlo, salí corriendo de aquel lugar.
Sentía el corazón como el de un ciervo mal herido. Bombeaba como el aleteo de un colibrí, y ya no podía avanzar más. Estaba rendida. Cansada.
Me dejé caer en más vegetación, pero esta vez no era simple hierba, sino que yacían pequeñas florecillas blancas entre el verde. Eran campanillas silvestres, las reconocí por su forma estrellada. Como solía decir Rhys, "Las campanillas tenían envidia de las estrellas y copiaron su forma. Ahora podemos encontrar estrellas en todos los hábitats. El Principito se sentiría encantado".
Sentía que mi hermano era tan increíble como el pequeño rubio del cuento. Es un aventurero dispuesto a todo, hasta a lo más arriesgado.
Incluso daría su vida para salvar al resto... Es todo un superhéroe, pero Marvel no está preparado para reconocerlo porque, nunca lleva capa ni ningún traje parecido —solo aquella vez en carnaval—, no tiene un cuerpo musculoso, y siempre pasa por desapercibido. No le gusta destacar. Siente ansiedad cuando lo hace, y por ello nunca lo intenta.
Me gusta recordárselo cuando lo veo mal, triste y apartado de nosotros. Pero nunca me hace caso. Siempre cambia de tema, evitando hablar de ello. Y es entonces cuando me enfado, gritándole. Él me mira y se marcha... Nunca me gusta gritarle, pero si no lo hago siento que no me escucha.
No le pido perdón, ni él a mí, y después los dos nos sentimos culpables. Ese es nuestro castigo por ser tan orgullosos.
Comencé a llorar. Por el miedo de ahora, por la culpa del pasado y la ansiedad del futuro.
Me abracé a mi misma, quedándome tendida sobre la flora en postura fetal. Quería esconderme entre el abrigo. Quería desaparecer de allí y volver con mis padres y Rhys.
Necesitaba abrazarlo y que esta vez, él me recordara que todo iba a estar bien...
El sonido del agua moverse dejó que mi ansiedad se marchara. Me interrumpió el momento del drama, dejando así espacio para la curiosidad.
Gateé hasta llegar al filo del agua, donde la luna se reflejaba y yo lo hacía junto a ella. Vi mi rostro, notando que solo era una cría de nueve años asustada por un mundo desconocido.
Alcé despacio la vista hasta el fin del lago, pero era tan inmenso que ni siquiera se distinguía su final. Volví a mirar el agua cristalina, notando algo extraño en ella... Allí, delante de mí, se encontraba "Nemo", mi peluche del pez payaso.
—No te vayas, joder —corrí intentando agarrarlo pero fue en vano, ni siquiera las puntas de mis dedos llegaban a tocarlo y me frusté—. Qué te den.
Me crucé de brazos, frunciendo el ceño con enfado y dándole la espalda mientras notaba que seguía en la corriente, alejándose de mí. Me arrepentí de hacerlo, y tan rápido como mi ira apareció, desapareció.
No sé cómo sucedió, pero el pequeño juguete decidió acercarse a la orilla donde podía fácilmente cogerlo. Con una sonrisa de oreja a oreja e ilusión, estiré mi brazo y cuando mis dedos ya lo habían acariciado, algo tiró de él.
—¡Oye, deja a mi Nemo! —grité al agua, y fue entonces que apareció— ¿Quién eres?
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Fuera de mi pecera
Teen FictionLas personas somos bichos raros, complicados, y hechos mierda por dentro. Algunas personas son como Atenea. Una guerrera soñadora que vive en una mentira, y ahora se encuentra encerrada en su propia cabeza. En su propia pecera. Otras son como Luca...