<Atenea>
Cuando noté los primeros rayos de luz sobre la habitación decidí levantarme, al primer momento me dio un vuelco el corazón al no saber dónde estaba hasta que mi cabeza recordó mi nuevo entorno.
Me levanté con extrañeza, sintiendo que la cabeza me pesaba quítales. Decidí entonces investigar en la que iba a ser mi nueva habitación.
—Veamos si tu antiguo dueño me dejó algún recuerdo escondido —me estiré y tras hacerlo comencé a mirar por los muebles, debajo de la cama y por cualquier rincón sospechoso.
Sentía curiosidad por investigar, pero sabía perfectamente que esto no era el verdadero caso donde quería echar un ojo, y sabía también que con algo tenía que saciar aquella sed o sino significaría enfrentarme a algo que me da pavor. Algo que prefiero pensar que es un mal sueño que nunca ocurrió. Aunque no es así, sino que esas palabras realmente salieron de mi madre y apuñalaron mi mente.
—Vaya carroñera que estoy hecha —dije tras dejar todo lo que había encontrado sobre la cama: dos bragas, una camiseta de un gato negro y otra de un grupo de música al que no conocía, unas cuantas monedas y el resto de una carta de lo que me imagino que sería de amor. Menos la carta y las bragas, me lo iba a quedar todo.
Y volvía a tener tiempo libre, además de encontrarme rodeada de silencio. Salí de la habitación con el corazón acelerado, no había rastro de mi madre por ningún lado.
—Joder Atenea, no estás haciendo uso de tu nombre. Se supone que eres la reina de las guerras, ¿no?, Qué más da entonces enfrentarte a una más —intentaba convencerme en voz alta, mientras intentaba buscar una canción rápido que pudiera tener mi cabeza entretenida y cegada. Finalmente puse "Coastline" de Hollow Coves.
Comencé a bajar los primeros escalones agarrada de la barandilla —en cualquier momento me iba a caer si no me agarraba, mis piernas no pueden soportar el peso de la ansiedad tanto tiempo—. Con el móvil en el bolsillo con la canción en bucle dándome ánimos de seguir, así hice hasta llegar al sofá, volverme a sentar y agarrar la pesada caja entre mis manos.
Hojee por encima el contenido, y tras tirarlo sobre el sofá pude terminar de verlo. Allí, delante de mí, se encontraba el maldito peluche de Nemo que utilicé para las de los niños, no entendía qué relación podía tener con mi hermano... Rhys. Además, había un ejemplar de un libro con la portada azul y unas olas llamado "Maemuki", era de él, Rhys Fisher.
—Así que eras un escritor, seguro que te llevarías bastante bien con Betty —le di la vuelta y leí la sinopsis. Resulta que era una historia romántica con pinta de no tener un final muy alegre.
Continúe mirando —cada objeto que terminaba de ver volvía a meterlo en la caja—, ya solo quedaba unos objetos como una fotografía de él junto a alguien que me imagino que sería amigo suyo. Era tan parecido a mí... Sus ojos grisáceos, su pelo cobrizo, su sonrisa, su todo. Éramos tan iguales, al menos en el físico, aunque me imagino que en la personalidad no seríamos tan distintos tampoco. Luego había también un álbum de fotos, y fue cuando acabé de romper a llorar.
—Vaya, veo que la curiosidad ha podido al final contigo —Alcé la mirada hacia la puerta, donde me encontré a mi madre cargada de unas cuantas bolsas—. Fui esta mañana temprano a comprar, nuestra vecina es muy simpática, me ayudó a llegar a la tienda más cercana. Y nos ha invitado a comer cuando queramos en su casa.
—Me alegro mucho, supongo —me sequé los mocos con los pañuelos que encontré por mí nueva habitación—. ¿Necesitas ayuda?
—No te preocupes bonita, coloco las cosas en un minuto en la nevera y ahora vuelvo contigo. Me imagino que tendrás muchas dudas en estos momentos —le sonreí con un par de lágrimas rodando por mi rostro hasta acabar en mi camiseta.
(...)
—Mira, ves está foto —señaló a una en la que aparecía Rhys a cuatro patas y yo encima de él con un rifle de plástico—. Recuerdo que fue la primera vez que viste una película del oeste, a tu padre les encantaban y para hacerte feliz, Rhys se ofreció ser tu caballo por un día además de prestarte su rifle, a cambio de que le prestaras tus rotuladores pasteles.
—Pobre, lo que tuvo que sufrir conmigo —reí mientras seguía observando imágenes de las que no recordaba apenas nada, como si esos momentos los hubiera vivido otras personas—. Hay algo que sigo sin entender de todo esto.
Mi madre me miró con una sonrisa pequeña esperando a que siguiera hablando. Pareciera que estuviera más feliz, después de todo se había quitado un gran peso.
—¿Por qué nada de esto lo recuerdo cuando se supone que hay fotos en las que tengo incluso diez años?
Fue entonces cuando volvió a estar seria y agarrarme las manos con calidez pero con fuerza.
—Hay algo más detrás de esto. Y es que tú... Estuviste en coma por unos cuantos días en la infancia, y al despertar no recordabas nada prácticamente.
—Pero a qué te refieres mamá, en qué momento ocurrió —yo también acabé agarrándole las manos con fuerza.
—Tanto la muerte de tu hermano, como tu estado de amnesia, fue a causa del mismo accidente —bebió un poco de zumo y continuó hablando—. Era una noche de noviembre, para ser más precisos la madrugada del veintiuno. Aquella noche había bastante lluvia, y la carretera estaba resbaladizas, pero se nos metió en la cabeza ir a cenar fuera.
»Recuerdas que te conté que tu padre tenía alzheimer... Pues bueno, fue eso lo que causó el accidente, un despiste de confundir los pedales, acelerar y de repente volver a ir normales aunque nuestros cuerpos se encontraban ansiosos.
»Ansiedad. Ansiedad al vernos en el camino contrario. Ansiedad al ver que un coche venía de frente. Ansiedad de no saber qué hacer. Ansiedad al dar un volantazo que nos sacó de la carretera.
—Pero, porque dejaste que él condujera conociendo su estado.
—Por aquel entonces no teníamos ni idea qué era lo que tenía realmente, solo eran eso, despistes que no le dábamos más importancia hasta que esté le costó la vida a tu hermano y tu memoría, que nos costó mantener un secreto desde años porque no sabíamos cómo ibas a reaccionar —explicó sollozando.
—Pues ya ves, no estoy lanzando las sillas a tú cabeza —expresé irónica, porque me sentía dolida—. Podríais haberlo hecho antes.
—Atenea, mi niña, nosotros es que teníamos miedo. No queríamos que vivieras el resto de tu adolescencia mal por este tema.
—¿Y ahora? —me miró con tristeza— ¿Ahora no viviré mal?
Silencio.
—Algo que sigo sin entender de esta historia es el por qué nunca me disteis el cariño que merecía, y solo era un constante vacío —hablé mirando a la pared mientras sujetaba el peluche con fuerza.
—Creo que eres lo suficientemente mayor para conectar piezas y entender que lo hacíamos para evitar esta conversación. Para evitar la tentación en un momento de debilidad...
—No es justo.
—Tampoco lo es como nos trataste durante todo este tiempo. No te salvas, cariño.
—Lo sé —miré el pez—, sé que papá murió pensando que lo odiaba. Sé que me porté mal. Realmente todos lo hicimos.
—Pero bueno —me volvió agarrar la mano, lo que hizo que la mirara—, mira dónde nos encontramos ahora. Nos toca portarnos un poco mejor, y saber cuidarnos.
—Te quiero, mamá —la abracé y nos quedamos así por un largo tiempo.
![](https://img.wattpad.com/cover/289908076-288-k883442.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Fuera de mi pecera
Teen FictionLas personas somos bichos raros, complicados, y hechos mierda por dentro. Algunas personas son como Atenea. Una guerrera soñadora que vive en una mentira, y ahora se encuentra encerrada en su propia cabeza. En su propia pecera. Otras son como Luca...