|Cap 30: Maemuki|

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<Atenea>

Aquella tarde, me tocó ordenar algunos libros de las estanterías más altas, por lo tanto me encontraba subida en las escaleras con un montón colocado en uno de los peldaños.

—¡Atenea, cuanto te queda! —vociferó la chica de pelo azul desde el mostrador tras irse un grupo de adolescentes.

—¡Solo necesito colocar unos cinco libros más! —respondí, intentando no mirar mucho hacia abajo. Aunque no tenia miedo a las alturas, el miedo de encontrarme con aquel ejemplar aún me daba vértigo. Rhys me daba vértigo, aunque tuviera los pies sobre el suelo.

—¡Hazlo rápido, hoy tengo que cerrar pronto! —se quejó con los brazos cruzados.

En aquel instante, la chirriante puerta volvió a sonar. Mi curiosidad por saber quién era aquella figura, no despertó. Los libros me mantenían concentrada, y no quería equivocarme.

De reojo, pude ver cómo Violet salía del mostrador y se volvía acercar a las altas estanterías seguida de una rubia silueta.

—¡Atenea! —le miré— ¡Podrías buscar ahí arriba un libro para este chico!

—¿Cómo se llama?

—Algo de "Mae" no se qué —giró su rostro al del chico y este comenzó a hablar dirigiéndose a mí

—No recuerdo bien el nombre del libro, se que empieza así y que el autor es Rhys Fisher.

"el autor es Rhys Fisher"

Mi corazón dió un vuelco al oír aquel nombre que tanto temía escuchar. Metí mis manos entre los diferentes libros hasta encontrar aquella portada de olas al estilo de Kanagawa.

—Ya lo tengo —confirmé intentando que mi voz no revelará mi dolor—, bajo enseguida.

Me aferré a la escalera con la mano derecha como quien se aferra a alguna creencia sabiendo que es mentira, como la de una pérdida. En la izquierda portaba el libro, que no iba a soltar por nada del mundo, porque de algún modo ahora lo sentía en la palma de mi mano.

—¿Es ese? —preguntó la chica de pelo azul, y el rubio afirmó con un "si, gracias".

Le entregué el ejemplar, y de nuevo me desprendí de él. Lo volví a soltar...

Me quedé ahí mirando la escena, mientras el joven se acercaba al mostrador con el carnet de la biblioteca en la mano y el libro. Y se marchó, con Rhys entre sus brazos, dejándome de nuevo devastada.

—Chica, ¿estás bien? —preguntó chasqueando los dedos.

—¿Qué? —respondí, sin mirarla a la cara. No quería que me vieran ser vulnerable.

—¿Qué ocurre, Atenea? —apoyó una mano sobre mi hombro, y ese fue el detonante—. Creo que ya se lo que te ocurre.

—Dime —le miré sollozando.

—Te has enamorado y ahora te sientes confundida, ¿Verdad?

Violet no sabía la verdad, no teníamos la confianza suficiente para que la supiera. Y hoy, precisamente, no era el día que se la iba a revelar.

—Creo que sí, no lo sé —mentí.

—¡A que esperas entonces, corre a por él! —me dió un empujoncito en dirección a la puerta, le miré confundida, guiñó un ojo— Yo me encargo de colocar los últimos libros y de cerrar. Tú no pierdas la oportunidad, al menos de conseguir su número. Vamos, no te quedes ahí parada, corre.

Le hice caso. Agarré el bolso y me marché de allí. No por el chico, sino para tomar aire fresco e irme a casa, antes de acabar desecha en el suelo.

Sentía la presión en el pecho como un elefante sobre mí, aplastando mi corazón, dejándolo sin aire. Temblaba, aunque hiciese calor. Y mis piernas no soportaban más mi peso —ni el de mis sentimientos, que pesaban más—.

Fuera de mi peceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora