|Cap 16: Todos somos puentes|

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<Atenea>

En el coche, Luca y yo estuvimos hablando algo más relajados. Entre lágrimas y verdades. Una parte de mi sentía una punzada, dolía saber que había estado una vida juzgando a alguien que solo intentaba amar en la enfermedad sin olvidarme.

—Nea, las cosas funcionan así: la gente se marcha. Ya sea por muerte o vida. Somos puentes.

—¿Puentes? —lo miré con extrañeza.

—Claro Nea, somos puente —apartó un momento los ojos de la carretera para mirarme, luego volvió a colocarlos sobre el asfalto—. Verás, los puentes nos ayudan a pasar de un lugar a otro. Y las personas, de alguna manera actuamos así.

—No te sigo, Luca. Ve al punto.

—Todos conocemos a personas que un día desaparecerán de nuestras vidas, y que de alguna forma logran ayudarnos a avanzar aunque los volvamos un simple recuerdo —giró a la izquierda y continuó—. Conozco el caso de un viejo amigo de mi infancia... Nos conocimos en el colegio, y pues un día decidí presentárselo a mis amigos de siempre, recibiendo como resultado volverme un puente. Él se fue acercando más a mis amigos, y al final... me quedé atrás.

—Vaya... ¿Sabes algo de ellos, chico puente? —le coloque mi mano en la rodilla, en forma de apoyo con una sonrisa apenada.

—No. Hace tiempo que no sé que fue de todos ellos. Solo sé que durante un largo tiempo me sentí miserable. Y entonces lo comprendí.

—Qué comprendiste...

—Que realmente todos somos puentes, y eso está bien. En ese caso, yo les ayude a conocerse y a mí me ayudaron a conocerte a tí.

—22 de noviembre. El día que nos conocimos —reí como una cría al recordar aquel día... Algo borroso.

—¿Te sabes la fecha? —me miró con sorpresa.

—Como la iba a olvidar, es especial.

—Pero... Qué recuerdas de ese día —aunque no pudiera ver sus ojos se que transmitían miedo.

—Hace mucho de ello, así que realmente poco. Solo recuerdo que fue en un McDonald's

—Atenea —volvió a mirarme con una sonrisa antes de aparcar en el hospital—, espero poder algún día contarte lo especial que fue ese día.

—¿Poder? —pregunté en voz alta saliendo del coche y cerrando la puerta. Él ignoró mi pregunta, continuando el paso hacia la entrada del hospital, y yo no quise insistir.

Nos plantamos delante de la puerta sin saber qué hacer. Mis piernas temblaban al recordar la razón del porqué estábamos allí.

—Nea, ¿estás preparada? —me agarró de la mano con cariño.

—No... No lo sé.

—Estaré aquí contigo, no debes temer —sujetó mi mano con más fuerza, como un ancla en el fondo del mar. Nada podía soltarnos.

Y finalmente entramos, hablamos con la recepcionista indicándonos en que planta se encontraban.

—Ven, vayamos en el ascensor —corrimos hasta montarnos. Con suerte, no había nadie.

—Crees que seguirán ahí...

—Es lo más probable —suspiró mirando al suelo—. ¿No tienes la sensación de que algo va a salir mal?

—¿Por qué lo dices? Nada malo va a pasar, Luca —sonreí.

—No sé, pero está lloviendo en verano... Y siempre cuando llueve, algo fatílico debe de ocurrir.

Fuera de mi peceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora