|Cap 12: Todos tenemos algo que decir|

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<Atenea>

—Nos vemos... Pronto —reí por la patosa confusión. No iba a volver.

—Eso espero —dibujó una media luna en sus labios con tristeza—. Si te sirve de consuelo, yo también te iba a decir "nos vemos el jueves".

—El tiempo avanza y nosotros lo hacemos con él —dije—. De alguna manera, ya nada es lo que fue. Todo cambia...

—...Y no podemos culparnos por no haber controlado lo que conlleva vivir y las consecuencias de hacerlo. "Para avanzar se necesita arriesgar", como ya te dije en últimas sesiones —Chiara continuó mis palabras, para así darle un cierre a esta etapa que duró casi un año.

Permanecimos un tiempo más allí, en silencio, delante de la puerta de su consultorio. En aquel momento, había llegado un chico algo más joven acompañado de una mujer, la cual intuí que sería su madre.

—Hasta pronto, Atenea —sonrió una última vez y yo lo hice con ella—. Suerte.

—Igualmente, adiós Chiara.

Comencé a andar calle arriba, pero en ese instante me giré y no pude contener las lágrimas. Ella ya estaba atendiendo a la otra familia, así que no podía echar a correr para abrazarla... Extrañaré a esa mujer que ha logrado devolver a la vida.

(...)

Mientras me secaba las lágrimas con las manos, noté que mi móvil vibró. Lo saqué del bolsillo y era la alarma que me notificó que se acercaba el comienzo de algo nuevo.

<Luca>

—¿Cómo lo llevas? —preguntó Indie, que se encontraba en el pasillo de al lado.

—Si te refieres a colocar los helados en el congelador, pues me va genial —respondí en un tono sarcástico—. Solo que mis manos apenas las siento.

—Que tonto eres —rió en un tono melifluo—. Dime, ¿Cuál es tu helado favorito?

—No tengo uno como tal pero, diría que cualquiera que lleve chocolate. —expliqué— Menos el chocolate negro, que está agrio, después me gustan todos. ¿Y a tí?

—El de menta, ese es mi favorito. Deberías probarlo.

—No hace falta, la pasta dental me da una idea de cómo sabe y no es mi sabor favorito —ella volvió a reír con dulzura.

—Creeme, sabe diferente. Además, la pasta de dientes no la puedes comer y el helado sí.

—Dile eso a los críos. Porque yo cuando era pequeño, me daba igual y de vez en cuando comía pasta de diente sabor a fresa.

—Luca, ¿Lo dices enserio? —se sorprendió.

—Todos alguna vez lo hemos hecho, vamos Indie, ¿Tú no? —al acabar la frase, cerré el congelador y me dirigí al pasillo donde se encontraba la rubia.

—Lo reconozco, también lo hice —afirmó poniendo los ojos en blanco—. Además, no solo la pasta. Una vez, jugando con mi hermano pequeño, me tragué una pieza de lego.

—¿Tus padres no sabían leer en ese entonces?

—¿Por qué lo dices? —me miró arqueando una ceja y sonriendo.

—Porque si no mal recuerdo, la caja dice bien claro que contiene piezas pequeñas y no es recomendado para niños pequeños.

Los dos comenzamos a reír a carcajadas, llamando la atención de nuestro jefe.

—Luca, si quieres hacer el vago te vas a tu casa, pero en el trabajo no lo hagas, por favor —objetó—. ¿Has terminado con los helados?

Asentí algo nervioso. De reojo, veía que la rubia sonreía a punto de soltar una última carcajada que retenía con todas sus fuerzas.

Fuera de mi peceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora