<Atenea>
Años después...
«Pronto tendrás que vivir una vida que no dependa de los demás, de sus palabras. Tú eres la que mantiene este cuerpo con vida, Atenea. Eres la dueña de tu ser».
Respiré hondo, manteniendo los ojos cerrados e intentando no inundarlos. Reflexioné sobre las palabras que me dijo aquel día Luca, aquella noche... Y hoy por fin, era el momento de demostrarlo. A él, a mis padres, y a todos...
—Todo saldrá bien... —me dije a mí misma, o mejor dicho, a la chica del espejo— Todo irá bien.
Me dirigí al gran armario de madera que se encontraba a la derecha de mí, junto al escritorio. Lo abrí y saqué la percha con el outfit que tenía preparado para ese día.
Se trataba de un jersey rojo, mis vaqueros favoritos —unos en forma de campana no tan ancha—, y las converse de color blanco firmada por mis amigos... Aún recuerdo aquel día donde estábamos todos algo ebrios, y entonces a Betty se le ocurrió la brillante idea de firmarnos los zapatos como un tipo de juramento de amistad, así que le pedimos un bolígrafo al camarero y lo hicimos. Nuestra caligrafía era un enigma pero la intención es lo que cuenta.
Sonreí al recordarlo, y aquello me dió más ánimo para salir por aquella puerta para abrir otra de mi vida.
Me peiné con una coleta baja, salí de mi habitación y comencé a dar pasos lentos mientras pisaba cada escalón, agarrada a la barandilla con nervios.
Y entonces los vi.
El silencio del salón se apoderó de mis oídos como lo hace una melancólica melodía de piano... Eran mis padres los músicos de aquella orquesta.
Me interpuse delante de ellos, agarrando una silla y con su ruido interrumpiendo sus actos —la lectura de mi madre, y el programa de mi padre. Sentía que todo aquello era más relevante que yo—.
—¿Qué necesitas, Atenea? —me miró por encima de las gafas mi padre con algo de seriedad.
—No era nada, solo quería que supieras que iba a salir y tal vez tarde en volver.
—¿Has vuelto a quedar con Luca y Betty? —cuestionó mi madre, colocando el libro en sus piernas— Te dejamos claro que no nos gusta que salgas en días de...
—No, no es eso mamá. Es por otra razón... —recapacité sobre mis palabras, dándome cuenta que iban a ser inútiles, y además el comienzo de una discusión que era mejor evitar.
Mis padres siempre fueron adultos algo cerrados de mente. Nunca vieron con buenos ojos las personas que acudían a sesiones terapéuticas, y para ellos todo estaba en el poder de la mente y que simplemente eran tonterías de los jóvenes, o eran unos chiflados. Pero no era así de sencillo. Nunca lo era.
Por ello, gracias a que investigué y mis amigos lograron convencerme, estaba a unos pasos de volverme una "demente", como dirían ellos... Así que preferí guardarlo en el cajón de la privacidad.
—¿Cuál razón, hija? —preguntó con frialdad mi padre, sin dirigirme la mirada.
—Nada importante, solo iré a... A la biblioteca a leer algo.
—También puedes hacerlo aquí —dijo mi madre de repente—. Tienes infinidad de libros, y puedes convencer a tu padre de apagar la televisión para que te concentres...
—No hace falta, de verdad... De igual manera estoy cansada del silencio.
—Entonces para que acudes a una biblioteca donde lo que vas a encontrar es precisamente de lo que huyes.
—Porque no huyo del silencio en sí, solo lo hago del vuestro... ¡Estoy harta de vosotros! —y salí sin darle más vueltas al asunto de aquella casa. Dando un portazo, golpeando una lata de refresco del suelo, y sintiendo frío en mi pecho, sobre todo en mi corazón...
Me acurruque en el chaquetón que llevaba en aquella tarde de octubre y comencé a caminar. Enfadada por la situación pasada y entristecida por la reacción final... Nunca me gusta gritarles, pero si no lo hago siento que no me escuchan.
(...)
Llegué finalmente al paso de cebra donde me llevaría finalmente a aquel lugar. El semáforo se encontraba en verde pero mi corazón seguía en amarillo.
Cuando de repente un coche de los que se encontraba parado pitó con rabia, haciendo que saliera del trance.
—¡Lo siento mucho, perdón! —me disculpé con señas y preocupación. A lo que recibí como respuesta un corte de mangas por parte de la conductora.
Abrí la puerta, dándome la bienvenida una alegre campanilla en la entrada. Salió entonces del consultorio una mujer de tez negra y obesa
—Atenea Fisher, ¿Cierto? —preguntó la mujer treintañera tras dedicarle un simple "hola" con la mano. Ella me escaneó y correspondió el saludo con una cálida sonrisa— Vamos, no te quedes ahí parada, pasa y hablemos aquí dentro.
Había acudido a una psicóloga privada. Betty me la recomendó por parte de su hermano pequeño que había tenido que acudir hace unos años tras la pérdida de una de sus mascotas... También recuerdo sus palabras: "ve de un principio por la vía privada. La gente trabaja mejor cuando su recompensa son grandes cantidades de dinero, sino, se convertirá en una pérdida de tiempo".
—¿Cuánto sería?... —pregunté una vez ya instalada en la silla del consultorio.
—Ahora lo vemos, primero quiero conocerte a tí, Atenea —sonrió una vez más, algo que por su parte incomodaba y alegraba a la cobrizo—. Quiero saber, ¿Qué te trae por aquí?
Aquella sala era acogedora. Sentía que pronto, aquella habitación, se convertiría en un refugio. Lleno de secretos, confidencialidad y lágrimas.
—Pues verá, siento que estoy pasando por una fase de ansiedad y que me está provocando malestar mental... Uno bien jodido —me sincere al instante, tal vez, había ayudado un poco el hecho de haberlo practicado con Luca el día anterior, como hacíamos con las viejas exposiciones en el colegio.
La pelinegra de los anteojos negros —de la cual, aún no conocía su nombre—, me escuchaba atentamente mientras que tomaba nota de mis palabras en su libreta azul. Poco a poco fui narrando un breve resumen de mi vida, donde fui notando pequeños momentos donde pensé que me derrumbaría como una torre de naipes al simple roce del tacto.
Llegando al final de mi narración histórica me interrumpió sin maldad:
—Atenea, opino que con lo que me has contado hoy tengo suficiente para preparar la próxima sesión —respiró hondo y soltó —. Te llamaré cuando sea posible... Por qué quieres volver ¿no?
"Volver ¿De veras quería hacerlo?" Sabía sin más remedio que mi mar interno aún seguía contaminado por las rachas de tormentas y huracanes, que eran los mismas catástrofes que me susurraban la duda justo en mi cabeza... Tenía que decidir y aquello le agobiaba.
—Sí, cuenta con ello —respondí lo primero que se me ocurrió con una tímida risa. La chica correspondió la risa con otra igual algo incómoda, al menos así fue como la percibí.
—Supongo... Entonces quedamos en eso, yo te llamaré para la siguiente sesión.
—¿Cuánto tiempo tardarás más o menos?
—No estoy tan segura pero lo más probable es que te dé cita para la semana que viene o como máximo dentro de dos semanas... Cuando el proceso ya esté más regularizado, será una sesión por semana.
Se terminaron de despedir y Atenea salió del consultorio sintiéndose algo más liberada. Sentía esa motivación de que podría llegar a salir de aquel mar que la ahogaba. Sentía que podía dar calabazas a la ansiedad, a sus miedos e inseguridades, y a todas aquellas palabras que alguna vez se dijo o plasmó con las tijeras en su muñeca...
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Fuera de mi pecera
Teen FictionLas personas somos bichos raros, complicados, y hechos mierda por dentro. Algunas personas son como Atenea. Una guerrera soñadora que vive en una mentira, y ahora se encuentra encerrada en su propia cabeza. En su propia pecera. Otras son como Luca...