Eva y yo dejamos de abrazarnos pero le cogí la mano dándole a entender que no quería que se marchara de allí, quería que estuviese conmigo.
-Mamá... -Susurré con miedo, temiendo que desapareciera y a mí no me diera tiempo a pedirle perdón.
La analicé con la mirada. Más arrugas surcaban su cara. El pelo no lo llegaba largo, tal como a ella le había gustado siempre, sino que lo llevaba corto. Estaba mucho más delgada, mucho más dejada pese a que su reputación estaría por los suelos si muchos de sus amigos la vieran de aquella manera.
-¿Qué haces aquí, qué haces en mi casa? -La frialdad con la que me lo preguntó fue como pequeñas puñaladas clavarse por todo mi cuerpo. Lo único que me reconfortó fue la mano de Eva apretando la mía con amor, podía sentirlo tan claramente...
-Mamá... ¿No puedes dejar atrás todo lo que ha pasado? Yo... Yo... Lo siento... De verdad. Pero he perdido mucho tiempo sin ti y te quiero. -La voz se me quebraba. Hacía tanto tiempo que no me dirigía hacia ella que ya no sabía cómo hacerlo.
-¡¿Cómo te atreves a decir eso?! ¿Te piensas que viniendo sin avisar y poner esa carita de pena voy a perdonarte? ¡Vete de mi casa ahora mismo! ¡Tú no eres mi hijo! -Dejé ir la mano de Eva y miré al vacío, a un lugar donde los niños pequeños se esconden pensando que nadie les ve, aunque todo el mundo puede observarles.
-¡Es mi hermano, mamá! -Giré la cabeza lentamente para encontrarme a una Ivet llena de rabia y llena de odio.
-¿Tu hermano? ¡Ah, sí! ¡Aquel que se fue dejándote a ti tirada! -Aquello dolió todavía más. Jamás me lo iba a perdonar, pero que te lo echaran en cara era mucho peor.
-¡¿Y tú?! ¡No te mereces que te llamen madre! ¡Se supone que una madre vela por sus hijos! ¡Se preocupa por ellos, los cuida, los protege y sobretodo les ama con cualquiera de sus defectos! ¡Tú nos odias! Odias a Hugo y me odias a mí porque no somos como tú, no somos gente sin sentimientos y sin cerebro que solo piensan en si llevan las uñas pintadas. -Se hizo un silencio en la cocina. Había pensado en este momento muchas veces, cómo podría ser, qué nos podríamos decir y echar en cara. Ahora me daba cuenta que yo había sido demasiado ingenuo al pensar que los dos podríamos ser como antes, como cuando tenía ocho años y ella venía a mi cama a darme las buenas noches, me contaba un cuento y me quedaba dormido al minuto con la boca abierta. A veces notaba como acariciaba mi rostro y me daba un beso corto en la mejilla. Era algo que notaba si aún no estaba metido del todo en mi sueño.
-Hija, por favor... No digas esas cosas. Yo... Os quiero muchísimo. -Mi madre se apoyó en el trozo se mármol que tenía más cerca. Parecía cansada, como si encima de ella hubiesen pasado miles de coches.
-¡Pues demuéstrelo! -Esta vez me giré hacia Eva, quien había gritado con fuerza echándole en cara a mi madre lo que no hacía.
-¿Perdona? Veo que sigues tan maleducada como siempre, creyendo que tienes razón en todo y acusando de cosas que jamás entenderás.
-Eva tiene razón... -Ivet se acercó a nosotros y me cogió la mano izquierda con fuerza, dándome a entender su apoyo.
-Hugo se comportó fatal... -Dije que sí con la cabeza, confesando algo que todo el mundo sabía; jamás debí irme de aquella manera, pero no podía vivir más en esta casa y menos con Paula de por medio. -Pero el perdón existe por algo, mamá. Estuvo en coma y ni siquiera te planteaste ir a verle y si lo hiciste cambiaste muy rápido de idea. Yo...
-Mamá... -Noté como se ruborizaba al llamarla así y yo me sentí feliz por lo bien que sonaba después de tanto tiempo sin pronunciar aquella palabra. -Iba a veros, tenía el billete en mis manos cuando pasó lo que pasó, cuando tuve el accidente y el mundo se paró para mí durante dos años. Siento no haber venido antes, pero te aseguro que en estos dos últimos años ya hubiese venido, ya hubiese dejado atrás mi maldito orgullo.
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Hasta escuchar tu voz
FanfictionConsideraréis esta historia como una especie de obsesión por mi parte, pero no os preocupéis, estoy loca... Pero solo por una persona; por el hombre que me enseñó a vivir, que me enseñó a respirar por primera vez, a mis veintiséis años. Me enseñó qu...