EPÍLOGO

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La vida pasa tan rápido que enseguida ves a tus hijos con hijos, a tus nietos... No te das cuenta que puede que tu vida ya esté hecha y consolidada y puede que ahora lo que tengas que hacer sea tranquilizarte, coger aire y sentarte junto al amor de tú vida y disfrutar los últimos años de vida sin preocupaciones.

Te tocará preguntarte si lo hiciste bien, si cometiste demasiados errores, si tuviste tiempo de hacer todo lo que querías hacer, si sigues siendo la misma mujer que cuarenta años atrás...

-Mamá, cuídate. No me gustan nada esas ojeras que tienes. –Me miro en el espejo del recibidor y sonrío para mí.

-No te preocupes, Sara. Es que este dolor en el riñón no me deja dormir bien. Además, me canso en seguida y eso no es bueno.

-Que lo haga papá. –Me dice mi hija menor, apoyada en el marco de la puerta de entrada.

-¡Imposible! Tú padre tampoco está para tirar cohetes, mi amor. –Me giro hacia ella y me apoyo en la pared suplicando interiormente que se me fuera aquel dolor de la espalda.

-Bueno, papá es papá. Si tú le dices que le hagas algo, lo hará.

Era guapa, demasiado como para ser hija mía. El color de pelo es igual que el de su padre. Sus ojos verdes también, pero todas las facciones de su rostro son iguales que las mías. Mi hija Sara es la más pequeña, la más bohemia e independiente, la más carismática, por decirlo de algún modo. Todos los chicos van detrás de ella, pero siempre jura que jamás se casará con alguien que no ame.

-Hija, échate un novio. –Le digo en broma mientras me coge la mano derecha y juguetea con mi anillo de casada.

-Mamá, déjalo, en serio. –Me dice un poco harta.

-No lo voy a dejar, te veo muy sola. ¿Por qué no te vienes a vivir con nosotros? –Le digo, puede que deseosa de volver a tener a algún hijo mío en casa.

-No, sabes que me gusta vivir sola. –Le encantaba y si se lo seguía diciendo, finalmente acabaría por odiarme.

-Creo que jamás lograré entenderte. –Me mira con una gran sonrisa en su precioso rostro y me besa en la mejilla.

-Te quiero, mamá. –Suelta mi mano y se dirige hacia fuera del piso. –Vendré el jueves a comer con vosotros. Traeré un pastel de chocolate para papá, que le encanta. –Siempre ha estado más unida a Hugo que a mí, pero no me importa en absoluto, él siempre la entendió mejor que yo.

-De acuerdo, hija. –Me acerco a ella y le vuelvo a dar un beso en la mejilla. Después me abraza y se va corriendo por las escaleras.

Entro en casa cerrando la puerta con sumo cuidado. Camino hacia el comedor y enseguida veo a Hugo sentado en el sofá viendo la televisión y la apaga en cuanto me ve.

-¿Ya se ha ido? –Hugo sigue igual de guapo, no puedo evitar pensarlo.

Me siento junto a él en el sofá de dos plazas que compramos el año pasado, pensando en estar más juntos a la hora de descansar, cosa que al dependiente que nos atendió le hizo mucha gracia.

-Sí... El jueves vendrá a comer con nosotros. Prepararé paella, que tanto le gusta a ella. -Me incorporo hacia un lado y me apoyo en su hombro. Huelo su aroma, el mismo desde hacía ya muchos años.

-Mi amor, ¿estás cansada? –Me pregunta con un tono de voz preocupado.

Me duele todo, pero es increíble como junto a él todo es mucho mejor, más apacible.

-Estoy preocupada por Sara. Vive sola, pero no la veo feliz. –Se hace el silencio, sé que él no piensa lo mismo que yo.

-Sara no es como tú ni como yo. Dani es familiar, está casado con una mujer maravillosa y tiene dos hijos gemelos preciosos. Marta se casa dentro de dos meses y ya tiene una hija, igualita que tú, por cierto. Sara es independiente y no puedes pretender que quiera dejar su soltería. –Me abrazo a él mucho más, para poder sentirlo mejor.

Hasta escuchar tu vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora