La reconciliación con mi padre no fue tan dura como la de mi madre. Él siempre me había tratado como si yo fuera un negocio y no se pudiera hablar demasiado conmigo, pero al menos no me gritó, solo se limitó a abrazarse a mí y a decirme que me había echado de menos. Mi padre siempre había sido así de serio, así que a Dios gracias que al menos hubiese tenido un poco de contacto físico conmigo.
Paula disimuló perfectamente nuestro recibimiento. En realidad nadie la había visto llegar con el coche y se excusó diciendo que lo había aparcado unas calles más arriba.
Le pregunté dónde se había metido, bajo la atenta mirada de mi madre, pero simplemente se limitó a decir que tenía cosas en las que pensar. "¿Dónde está Eva?", preguntó enseguida con interés pero con un toqué de brillantez en su mirada. "Eva ha tenido que retomar el viaje de vuelta antes", dijo mi madre con rapidez y astucia ya que yo me había quedado callado y sin saber que decirle. "Pero tú te vas hoy con Nano, ¿no?". A Paula parecía hacerle gracia aquel tema, así que mi mala leche aumentó. "Sí, nos vamos dentro de un rato, tenemos un largo camino, supongo..." Ivet y Nano se miraron de reojo con nostalgia... Me sentí estúpido, mucho. Lo que había pasado la noche anterior había sido lo más extraño de mi vida. No pude dormir. En realidad todavía no duermo. Ahora son las tres de la madrugada y sigo estirado en la cama de mi infancia, en una gran casona que se queda vacía sin Eva a mi lado, al igual que mi vida.
***
-¿Qué te parece? Te va bien el azul, ¿no? -Dani resiguió con su dedo todos los lugares de aquella habitación pequeña pero acogedora. Primero el armario, después la pequeña mesa pupitre, la estantería con algún que otro libro infantil y por último llegó a la cama y al lado la ventana, que daba al parque y podía verse el colegio al que iría al fondo.
Me mordí el labio inferior con nerviosismo, esperando una reacción por su parte para darme a entender qué le había parecido aquel pequeño lugar para él, solo para él, para que pudiera tener su propio espacio personal. Lo había preparado con tanto esmero que se me rompería el alma si él ponía alguna pega.
-¿Aquello es una Nintendo? -Dani se sentó en el borde de la cama y señaló con su dedo el pequeño aparato que había dejado en una estantería días atrás.
-Sí. -Dije con una gran sonrisa y cogiendo la Nintendo y sentándome a su lado -Mira, tiene este juego. Pensé que sería el que más te gustaría. Es de coches, con Mario y Luigi. -Encendí aquél aparato y Dani miró con curiosidad la pequeña pantalla táctil donde usaba el pequeño lápiz, eligiendo las diferentes opciones posibles.
De repente empezó a reír con ganas y me arrebató la maquinita.
-¡Déjame a mí! He jugado muchas veces con Hugo a estas cosas, ¡él me ha enseñado a usarlo! -Reí por su comportamiento más de adulto que de niño y le besé en el cabello mientras comenzaba a deshacer todo lo que había hecho yo. -Gracias por comprarme esto, me gusta mucho -No me sonrió, simplemente se limitó a clavar la mirada en la pantalla.
Me quedé un rato a su lado, observando cómo jugaba hasta que apagó de repente la Nintendo y me miró a los ojos.
-Nunca te pedí perdón y ahora quiero hacerlo -Se sentó de forma diferente para poder mirarme mejor y contemplar por completo mi rostro.
-¿Pedirme perdón por qué, cariño? -Le acaricié el cabello con ternura. Estaba tan feliz de tenerlo conmigo que me hubiese pasado toda la vida mirando sus ojos marrones y su inocencia reflejada en ellos.
-Porque me enfadé contigo y te dije cosas feas que no pensaba. -Escondió su rostro hacia un lado y sus mejillas se tornaron de un color rojizo. -Es que yo no quería ir con otra mamá y otro papá. Solo quería a Eva y Hugo. Lo siento... -Comenzó a sollozar y a mí se me partió el corazón. Lo acerqué a mí y dejé que llorara sobre mí. ¿Por qué una persona tan pequeñita había tenido que sufrir tanto?
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Hasta escuchar tu voz
FanficConsideraréis esta historia como una especie de obsesión por mi parte, pero no os preocupéis, estoy loca... Pero solo por una persona; por el hombre que me enseñó a vivir, que me enseñó a respirar por primera vez, a mis veintiséis años. Me enseñó qu...