-Venecia... ¿Qué me dices de Venecia? ¿Dónde se perdió Venecia? -Su tonito irónico no me hizo ninguna gracia, así que le fulminé con la mirada.
-No te quejes, el dinero era mío, o sea que la cabreada aquí debería ser yo.
-Estoy cabreado porque el viaje se fue a la mierda. Si las cosas hubiesen ido bien, ahora tú y yo estaríamos en Venecia. -Hice unos cuantos pucheros como si me tratase de un niño pequeño y le cogí la mano.
-Otra vez será, no importa... Ahora solo quiero estar contigo. -Bajé la cabeza para poder encontrarme con sus labios, pero él se separó riendo. Yo me desesperé.
-Que graciosa estás con esa carita, mi amor. -Sus ojos se dirigieron hacia arriba y me miró sonriente.
Su cabeza se encontraba en mi falda y yo acariciaba su cabello con dulzura. Aquello me recordaba a las típicas tardes rutinarias de pareja que solíamos pasar en el mes que estuvimos juntos. Uno sentado en el sofá y el otro estirado con su cabeza en el regazo del otro.
-Tranquilo, no quiero besarte. –Dije con una indiferencia pésima. Hugo rió ante aquello y se levantó de un brinco.
-No te preocupes, yo tampoco. –Me guiñó un ojo mientras se ponía la ropa correctamente ya que se le había quedado bastante arrugada.
-¿Desde cuándo te preocupas tanto de tu ropa? –Me levanté y le ayudé a ponerle bien el cuello de la camisa, el cual tenía mal doblado.
-Desde que vuelvo a vivir con mi madre y se obsesiona con que vaya bien arregladito. –Di un vistazo a su ropa y pude comprobar que su vestimenta no era la que llevaba él habitualmente.
-Ya entiendo... Claro... Tú haces todo lo que te diga tu mamaíta. –Reí levemente y él chasqueó la lengua en señal de desesperación.
-No es eso, pero ya que vivo en su casa, hagamos las cosas bien para que no se enfade.
-Hugo, no tienes el cerebro de una ameba, tú tienes personalidad, así que viste como te vestías antes, cuando elegías tu propia ropa. –Di un tirón al cuello de su camisa. Si su madre me parecía una pija integral, ahora no quería que me cambiara a mi novio.
-Sé que tu madre ha de vestirse con clase porque tiene un estatus social que conservar, pero tú no hace falta que disimules. –Acaricio su cabello. Siempre lo hacía cuando estaba nervioso, pero entonces provocaba que yo también lo estuviese.
-No te enfades... -Dije con dulzura- Pero supongo que si soy tu novia puedo opinar. –Le sonreí y, en aquel momento, le deposité un suave beso en la mejilla.
-Ya lo sé... Si es que a mí no me gusta vestirme así. Pero te aseguro que donde estudio, todo el mundo viste de la misma manera que yo. Y... -No le dejé acabar, me había dado cuenta de algo que me importaba mucho más que la ropa.
-Hugo... ¿Cuánto tiempo vas a estar en Francia? –Pregunté con miedo y agarrándolo del brazo como si de ello dependiera mí vida.
-Unos meses más... -Susurró más para sí mismo.
-Vaya... -La tristeza en mi voz era obvia y él se dio cuenta.
-Vendré a veros todos los fines de semana... -Le miré directamente a los ojos y en seguida me lancé a sus brazos, abrazándole con verdadera fuerza.
-Bueno, también podemos ir Dani y yo. –Rocé mi nariz con la suya, después mis labios con los suyos y por último, cuando ya iba a dejar de abrazarle, Hugo capturó mis labios con sencilla astucia y los apretó con fuerza contra los suyos. Moví lentamente los míos al tiempo que cerraba los ojos y me sumergía en un mundo donde se encontraban las sensaciones más maravillosas del mundo.
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Hasta escuchar tu voz
FanfictionConsideraréis esta historia como una especie de obsesión por mi parte, pero no os preocupéis, estoy loca... Pero solo por una persona; por el hombre que me enseñó a vivir, que me enseñó a respirar por primera vez, a mis veintiséis años. Me enseñó qu...