Abrí la puerta con desánimo intentando que aquel momento se aplazara unos segundos más pero finalmente acabé por ver a Paula completamente desmejorada. No llevaba todo el maquillaje que se solía poner. Sus ojos se notaban llorosos pese a que había poca luz en el ambiente. Sus rizos, normalmente bien definidos, eran ahora un estropajo en su cabeza. Me partió el alma verla así y yo misma pensé en lo tonta que era porque me diese pena. Apoyé mi cuerpo en la puerta medio abierta y la miré sin ninguna pizca de lástima, pero con una rabia infinita.
-Hola, Eva. –Incluso su voz sonaba diferente. Siempre con la cabeza bien alta, con su buen plante y su voz sensual y arrebatadora. –He venido porque quiero hablar contigo.
-¿Cómo has sabido mi dirección? –La escruté con la mirada, manteniendo cierto remordimiento en mi voz.
-Bueno, digamos que vivir en la misma casa de tu novio ayuda. Miré su agenda, donde él apunta todas las direcciones y teléfonos y por suerte tenía apuntado el tuyo. –Maldita la hora en la que Hugo se apuntó mi dirección en la libreta de la discordia. –Aunque me costó encontrarlo, porque no te tenía como Eva. –La miré por encima de los hombros, esperando que acabase de hablar. –Te tenía como "amor". –Y de golpe comenzó a llorar como si la muerte viniese a por ella.
No supe qué hacer en el momento que sus sollozos se oyeron por todo el piso y las escaleras, los vecinos deberían estar maldiciendo dentro de sus camas. Sus manos fueron a parar a su rostro y se lo tapó para que no viera las lágrimas que derramaba. Unas lágrimas que me fastidiaban a mí tanto como a ella. De buena era tonta.
-Venga, pasa y hablamos. –Abrí la puerta del todo y me puse a un lado para que pasara.
Al principio se lo pensó, pero en cuanto pareció dispuesta, se secó las lágrimas con las manos y entró con una media sonrisa de agradecimiento o al menos eso esperaba.
La guié hacia la cocina y le dije que se sentase para que estuviese más cómoda. Yo me senté delante de ella y me crucé de brazos esperando a que parase otra vez de sollozar.
-Si sigues así vas a deshidratarte. –Comenté sin mayor interés del que quería aparentar.
Paula pareció reaccionar y sus llantos cesaron a un ritmo lento y pesado.
-Lo siento, es que... Estás enfadada. –Aquello ya me cabreó hasta límites insospechados.
-¿¡Cómo quieres que esté, idiota!? –Levantó la vista para encontrarse con la mía y noté su sorpresa en sus ojos.
Yo acababa de echarme hacia delante y dar un golpe en la mesa.
-¿Te das cuenta de lo que me hiciste, de que casi he estado a punto de llevar a pique una relación que ya estaba más que consolidada? ¡Tú no tenías ningún derecho a estropearla, no eres una buena persona! –Se lo dije tan deprisa que después necesité más aire de lo normal para poder sobrevivir.
Paula me miró con los ojos abiertos de par en par, pero para mi asombro dejó de llorar.
-Tienes razón, soy muy mala persona. No me merezco nada de lo que tengo. –Volví a sentarme en la silla con lentitud mientras mis ojos se humedecían considerablemente. –Siempre he sido la discordia en la familia Cobo. La hija adoptada, la hija mala y perversa, la que no tiene sentimientos....
-Sentimientos sí debes de tener si has venido hasta aquí, ¿no crees? –No quería ser tan amable con ella, pero tampoco quería más peleas o discusiones.
-¿Y lo dices tú? Eva, llegué a pegarte... Me odio a mí misma. Debí dejar de luchar por Hugo en el momento que supe que te amaba a ti y no a mí.
-¿Puedo hacerte una pregunta? –Pregunté en un susurro. Paula me dijo que sí con la cabeza y yo proseguí. -¿Por qué tanto odio...? ¿Por qué no le fuiste a ver cuándo estaba en coma? ¿Por qué convenciste incluso a tus padres? –Me había dolido que me insultara y pegara, pero me interesaba mucho más el porqué de su no visita al hospital. Aquello me dolió mucho y me seguía doliendo ahora pese a que todo estaba perdonado.
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Hasta escuchar tu voz
FanfictionConsideraréis esta historia como una especie de obsesión por mi parte, pero no os preocupéis, estoy loca... Pero solo por una persona; por el hombre que me enseñó a vivir, que me enseñó a respirar por primera vez, a mis veintiséis años. Me enseñó qu...