29- Prisionero en su Prisión XII

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Hanmsel:

¿Cuántos días habían transcurrido?

Ya no estaba seguro.

La fuga no se llevaba a cabo y algo así en una situación como esta era realmente estresante.
¿En qué diablos estará pensando Lampher?!
El motín no se mantendría en secreto por más tiempo y Alfort estaba con un pie cerca de la tumba.

La muerte del anciano marcaría el inicio de la cuenta regresiva.
Solo Alfort o el segundo oficial eran los autorizados a emitir el reporte e incluso su voz debía pasar por un identificador previo. El segundo oficial estaba muerto y Alfort iba rumbo a encontrarse con la parca.
—«Había que escapar sea como fuese!»
«No había tiempo que perder!!!»

Me repetía esas palabras una y otra vez mientras alzaba la botella de Barceló Dominicano y sorbía de ella.
Para sorpresa de todos, las alacenas de la prisión contaban con una enorme cantidad de bebidas alcohólicas. Era como la fantasía de cualquier hombre, bebidas caras y mujeres bellas. El rostro del doctor apareció en mi mente ante la alusión de la frase "mujer bella" y sacudí mi cabeza buscando alejar dichos pensamientos.

Tras haber salido de la habitación  no estaba dentro de mis planes  montar guardia fuera. Sabía perfectamente lo que escucharía a continuación y sinceramente no me apetecía oír. Pensé que lo mejor sería bajar a los almacenes a por algo de beber y eso hice. La licorería nunca ha sido mi fuerte no obstante el envase de Barceló se veía fino y caro, el alcohol emanaba un suave olor a vainilla que me cautivó al instante.

Todo en la planta baja se contemplaba vacío y la gran mayoría de los convictos se hallaban en el suelo con su consciencia parcial o totalmente pérdida.  No pensaba emborracharme, solo dispondría de algunos tragos y luego buscaría algún sitio despejado en el cual descansar pero ¡Al diablo con todo aquello! Ya casi me acababa la botella y como era de esperar todo a mi alrededor comenzaba a distorcionarse fundiéndose en una mescolanza que debía admitir,estaba disfrutando.

— Ughh— me quejé levantándome del suelo con dificultad. Di algunos pasos trastabillando en el lugar y maldiciendo pues casi termino estampando la cara contra la gran mesa de centro que atravesaba el corredor.

Cómo pude, volví a levantarme frotando mi nuca y clavé mis ojos en el techo.

Nací como el segundo hijo y eso en lugar de hacerme sentir excluido me vino como anillo al dedo o eso siempre he creído. Mi padre volcó todo su interés en Lampher, su primogénito, mientras yo fui ignorando la mayor parte del tiempo.

No pude evitar recordar algunos momentos de mi niñez: la primera vez que ví a mi hermano asesinar.

El infeliz debía dinero a nuestro padre y  la fecha límite había pasado. Nuestro procreador  entregó el arma a mi hermano  frente a la masa humana que arrodillado y con su frente pegada al suelo imploraba por una prórroga al señor Droshkin.
Lampher solo necesitó la mirada de aprobación de, en aquel entonces el líder de los hispanos,  para  sin pretujos apretar el gatillo.

Yo tenía  apenas 6 años, mi hermano también era joven.

Nunca olvidaré ese momento. El   rostro inexpresivo y ensangrentado de Lampher junto a la mirada retorcida de nuestro padre. Después de aquello comencé a pensar que quizás  había nacido con suerte y dejé de sentirme excluido ante la atención que el señor Droshkin le brindaba, más bien sentía alivio.
Yo podía vivir con un poco de desasosiego, todo y gracias a qué mi hermano humillaba por mi, perseguía por mi y mataba por mí.
Siempre fui comparado con él. Siempre fui subestimado. Él era más fuerte, más temerario, más listo, más intimidante sin embargo no me atrevía a decir nada al respecto, me sentía afortunado.

Prisionero en su prisión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora