24- Prisionero en su prisión VII

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Disculpen la demora. Aquí público la continuación de la historia original.

Dentro de la oficina central, Carlos revisaba hoja por hoja de una documentación que había hayado tras unos viejos libros de la segunda guerra mundial. Los documentos contenían las facturas eléctricas del lugar, molesto las lanza a una esquina de la habitación donde más atrás un joven convicto pasaba a recogerlos para apilarlos sobre otra serie de libros y papeles que posiblemente no habían sido útiles e irían a desechar.

-Maldicion!!!!- rugió lanzando el vigésimosexto panfleto al suelo.- No hay nada aquí. ¡Maldición!

Frustrado lleva sus dedos a la piel del entrecejo masajeando el lugar antes de colocarse las gafas con molesta resignación. Llevaba horas buscando en las estanterías y aunque faltasen algunos compartimentos, tenía poca o ninguna fé de que encontraría lo que buscaba.

Aunque la prisión contaba con númerosas habitaciones que podían ser abiertas mediante tarjetas de acceso, lugares como el garage, la escotilla posterior de salida y algunas celdas de confinamiento necesitaban códigos específicos que debían ser tecleados en el monitor correspondiente para que pudiesen abrirse.
Repensando todo lo ocurrido, parecía bastante improbable que Alfort no recordase el código de acceso al garage blindado
Solo podían existir dos opciones, el primer oficial, entre tantos asuntos por atender y basados en el hecho de que el garage no se abría con mucha frecuencia realmente había olvidado el código y la otra posibilidad era que estuviese mintiendo.

El pelicrespo soltó un bufido divertido- «No hay forma de que el vejestorio tratase de engañarnos...»- pensó.
Un solo desliz en ese sentido y Lampher quemaría su casa con su familia dentro. El anciano estaba demasiado asustado como para intentar pensar con claridad las cosas.

- Tsh- chasqueó su lengua mientras tomaba un segundo panfleto. Más documentación innecesaria. Rascó su mentón mientras recordaba sus propias palabras.

-«Alfort mencionó al segundo oficial al mando... Pero el idiota está muerto.

Había volteado el escritorio del hombre- literalmente- y había buscado en cada rincón pensando que un dato como ese debía de hayarse cerca del primer oficial, la principal persona encargada del lugar, pero no.

- Información...- pensó en voz alta mientras apretaba la piel de su barbillla.- Realmente dudo que el código de acceso se encuentre aquí- afirmó mientras lanzaba los papeles al suelo sin apenas darle un vistazo.

Carlos vió una perdida de tiempo en lo que hacía.
Tampoco se podía destruir la puerta, existía la posibilidad de que la detonación de la ventanilla electrónica enviara alguna clase de señal de alerta a otro sitio y ese era un riesgo que no se podía tomar. Teniendo en consideración dónde estaba ubicada la prisión, no habría oportunidad alguna de escapar. La puerta de acceso debía abrirse normalmente y para eso necesitaban el maldito código.

- Ey... tú!- llamó al convicto rapado junto a él, que se hallaba acomodando los pilares de libros en el suelo.- Ve con los demás, no buscaré más.

El rapado cuya calvicie estaba decorada con tatuajes se irguió y escupió a un lado con prepotencia antes de salir por la puerta dando pasos lentos.

Carlos caminó hasta la ventana, la luz del día comenzaba a esclarecer el paisaje amurallado de Kleinsburg, había buscado durante toda la noche y no se hallaba cansado. Su mente estaba poblada de varias preocupaciones que a su vez nadaban en espiral alrededor de la cavilación principal: informar a su líder y esperar no morir en el intento. Lampher poseía un temperamento explosivo. En un momento podía estar tranquilo y en otro furioso. Lo realmente aterrador en él radicaba en que su rostro solía fingir calma cuando estaba a punto de explotar.

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