48. Dolor de cabeza

1.1K 78 1
                                    


Empujó fuertemente una puerta y salimos a la parte trasera del bar, había varios contenedores de basura y una luz que parpadeaba casi a punto de extinguirse. Me acorraló contra la pared y me besó ansiosamente mientras yo ponía mis manos sobre sus nalgas y la pegaba más a mi cuerpo, si es que eso era posible. Rompió el beso y se dirigió a mi cuello que lamió y mordisqueó a su antojo mientras yo le deshacía el nudo de la blusa y la dejaba caer, sosteniéndose únicamente de la cintura, enterré mi boca en sus pechos y me los comí, lengüeteando y mordiendo sus duros pezones, ella gemía y con una mano me acariciaba el pene encima del pantalón, con gran habilidad lo desabrochó y liberó mi dureza de su prisión.

Vi cómo se hincaba y se lo llevaba a la boca introduciéndoselo de una vez, yo gemí sin poder evitarlo, era una sensación demasiado placentera, ella sabía hacerlo muy bien y me miraba con lujuria haciéndose dueña de mi erección que recorría sin parar, yo tenía mis manos en sus orejas, el contacto visual volvía más perversa y excitante la situación. Se detuvo justo en el momento preciso y rápidamente desabrochó su pantalón y lo bajó a la altura de sus rodillas mientras yo me ponía el condón.

Me dio la espalda y se agachó un poco, coloqué la punta de mi miembro en la entrada de su sexo y entré de un tirón, ella soltó un gritito y echó su cabeza hacia atrás y con una mano rodeó mi cuello en tanto yo embestía en ella con fuerza apretando sus pechos. Gemía en su oreja y ella se movía junto conmigo logrando un roce delicioso. Me soltó el cuello y puso ambas manos sobre sus rodillas, yo la cogí por la cintura y seguí entrando y saliendo de su cuerpo con rapidez hasta que instantes después un grito escapó de su boca indicándome que había llegado al orgasmo, di unas estocadas más y yo llegué también.

Nos acomodamos las ropas en silencio, no sé porque, pero no quería mirarla. Me acerqué a uno de los contenedores y tire el condón, ella me abrazó por atrás y metió una tarjeta al bolsillo de mi pantalón

–Me llamo Luna, llámame cuando quieras, me has encantado – dijo en mi oreja y me dio un mordisco en el lóbulo.

Entró de nuevo al bar y yo me quedé ahí quieta unos minutos, saqué la tarjeta y la leí, era doctora, sonreí, sabía diagnosticar bien a sus pacientes y darles la cura que necesitaban. Rompí en dos la tarjeta y la tiré, no me interesaba volver a verla.

Volví a la mesa y María me miró con reproche, yo la ignoré y, cogí el tequila, cuando pasó el camarero le pedí otro y así seguí hasta que perdí la cuenta de los que me bebí hasta que, de pronto, todo me empezó a dar vueltas, estaba en un estado medio, entre la conciencia y la inconsciencia, casi no sentía mi cuerpo y el piso mucho menos, estaba logrando olvidarme de mi patética vida amorosa, tenía años cerrándome a ese tema y cuando alguien, sin que pudiera evitarlo, hizo una pequeña abertura resultó que no valía la pena, merecido me lo tenía por haber jugado con otras mujeres.

No supe cómo salí de ahí ni mucho menos como hizo María para meterme a su casa, vivía en un tercer piso y en su edificio no había ascensores. Cuando estuve vagamente consciente de mí, me encontraba abrazando el retrete y expulsando hasta lo que había comido la semana pasada. Como pude y con su ayuda me puse de pie, entonces ella me llevó a la bañera y abrió el agua fría mientras me regañaba peor que mi madre, yo ni le entendía lo que decía y mi cuerpo empezó a temblar.

– María no seas cruel, me va a dar una pulmonía – dije entre castañeo de mis dientes.
– Pues, a ver si con eso se te baja la tremenda borrachera que traes, no puedo creerlo, Natalia, ni cuando eras adolescente has llegado a estar así.

Empezó a desabrocharme la camisa y la detuve mirándola con pánico, no sabía porque, pero siempre me había dado vergüenza que me viera desnuda.

– Ay, no te voy a hacer nada tonta, cálmate, además ni que fueras la primera mujer que vaya a ver desnuda.
– Yo puedo sola.
– Está bien, arréglatelas como puedas, encima de que me preocupo por ti, voy por algo de ropa, ahí hay una toalla
– me señaló.

Cuando María salió del baño abrí un poco el agua caliente y me desnudé, me quedé varios minutos ahí quieta, sintiendo el agua tibia recorrer mi cuerpo. Luego de un rato cerré la llave, me sequé y salí con la toalla enredada en la cintura, sentía la cabeza pesadísima, como si trajera un peso encima y aún estaba mareada, en la cama vi unos pantalones y unos bóxers.

– Eran de mi ex, creo que te quedarán bien – explicó María.
– Gracias.
– Bébete el café que te he dejado en la mesilla de noche.
– No quiero, necesito dormir.
– Pues tómatelo antes de dormir, dios, Nati, ¿qué coño te pasa?
– ¿Quieres dejar de regañarme ya?, por favor.

Le di unos sorbos al café, me supo horrible y no me lo terminé, me acosté en la cama y sentía que se movía, cuando María se acostó yo sentí que me hundía, cerré los ojos y después de un rato me quedé dormida. Cuando desperté una terrible sed me inundaba, tenía seca hasta la garganta y un ardor horrible en el esófago y ni qué decir del dolor de cabeza, parecía que me iba a estallar en cualquier instante, me enderecé y todo me dio vueltas, no pude levantarme y volví a acostarme en la cama.
– Buenos días – dijo María entrando a la habitación con una bandeja en las manos.
– ¿Qué tienen de buenos?, me siento fatal.
– Y cómo no, con todo el tequila que bebiste anoche, siéntate, necesitas comer algo.
– No tengo hambre, muero de sed.
– Lo sé, lo sé, ya te traigo algo que te aliviará.

Con dificultad me enderecé y María puso la bandeja en mis piernas, ella tan atenta como siempre, ayudándome y rescatándome cada vez que lo necesitaba. Vi que echó dos pastillas en un vaso medio lleno de agua y éste empezó a burbujear, me lo cogí de un solo trago y después me bebí todo el vaso de zumo de naranja y comencé a comerme la fruta, poco a poco, ella se sentó frente a mí.

Desconocidas - Albalia (G!p +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora